martes, 28 de octubre de 2014
Práctica 1; Escribe sobre lo que conoces. Ámbito académico.
Práctica 1; Escribe sobre lo que conoces. Ámbito académico.
Siempre fui de letras. Los números me apasionaban, pero yo a ellos no, de modo que nuestra relación fue siempre muy complicada. Tal vez por eso cuando llegué a 1º de Bachillerato y vi entre mis asignaturas Filosofía, me sentí más feliz que el pequeño Nicolás en una fiesta de CNI.
Siempre fui de letras. Los números me apasionaban, pero yo a ellos no, de modo que nuestra relación fue siempre muy complicada. Tal vez por eso cuando llegué a 1º de Bachillerato y vi entre mis asignaturas Filosofía, me sentí más feliz que el pequeño Nicolás en una fiesta de CNI.
El profesor que impartía la asignatura era un tipo alto,
rígido, con un porte excepcional y una media sonrisa que hacía que pensaras si
se estaba riendo de ti o de algún chiste que alguien le contaba al oído.
Rondaba los 45 y siempre llevaba pantalones, camisa y americana, con unos
zapatos marrones o negros según fuese la camisa y el pantalón. Llevaba el pelo
corto y una pequeña franja de éste había empezado una guerra de conquista
blanca sobre el resto del cabello. La leyenda del colegio contaba que tuvo que
huir del País Vasco con su familia porque ETA les había amenazado. Yo mismo pude
comprobarlo al tiempo en una conversación con él, donde dejaba entrever este
hecho con una amargura sobresaliente. Pero lo que realmente quiero resaltar de su persona es que imponía
respeto. Cuando estabas en su presencia tenías la clara convicción de que si te
pasabas un centímetro de la línea que él había trazado, fácilmente te podía
caer una ostia. Más de una vez lo vi apretarse los puños y tener que calmarse
ante la estupidez de alguno de mis compañeros de clase.
Sin embargo, lo más
destacable de él, Don Javier de Andrés, era la forma que tenía de explicar las
cosas. Te hacía sentir partícipe pero sin empujarte a pensar como él. Explicaba
de manera que tuvieras que sacar tú la solución, que tuvieras que estrujarte
duramente los sesos para dar con la tecla que él quería. Y entonces continuaba
explicando. Imaginad eso en una clase de 30 salvajes, donde todos estábamos
revolucionadísimos y donde, en el mejor de los casos, éramos 10 los que
atendíamos lo que trataba de explicarnos y tan solo 5 los que queríamos
realmente hallar la solución al dilema que nos ofrecía.
No obstante lo que más me entusiasmaba de sus clases no era
tan solo que me hacía pensar, si no la manera cruel y despiadada con la que solía
castigar a los que no prestaban la atención que él merecía. Pondré un ejemplo:
Nosotros teníamos clase de filosofía los martes a última
hora y los miércoles a primera. Esa combinación era mortal porque hacía que la
mayoría no se enterase de nada el martes y tuviese que explicar la lección del
día anterior el miércoles por la mañana. El cóctel era sencillamente
maravilloso. Si a esto le sumamos que muchos de ellos no aparecían a última hora
o a primera del día siguiente teníamos resultados dignos de mención como el que
quiero explicar ahora.
Como digo, era habitual que Don Javier, pidiese a algún alumno
“recordarle” de qué había ido la clase anterior, preguntando por las ideas de
tal o cual autor. Don Javier, cogía la lista de sus alumnos, paseaba distraídamente
la vista por el aula y por la lista varias veces y finalmente decía un nombre.
Esta suerte de liturgia se repetía todos los días, acompañada de su famosa
media sonrisa de lado, y se hacía extensiva a todos los alumnos. A TODOS. Daba igual
si estabas en el aula o no. Él te preguntaba. De esta manera, y para regocijo
del pequeño grupo de 4 miembros que conformábamos en aquellos tiempos, iniciaba
una serie de preguntas destinadas a “refrescarle” la memoria a personas que no
se encontraban allí.
La hilarante situación hacía nuestras delicias y las risas
se escuchaban hasta en el pasillo cuando aquello sucedía.
“-Muy bien, Ana Danko,
háblame de la teoría de la reminiscencia platónica.”- Unos 5 segundos de
silencio en los cuales todos sabíamos que Ana Danko no iba a poder contestarle sencillamente
porque no estaba en el aula.-
“Ah, ¿Qué no contestas?
Pues un cero para ti.
Después de eso las risas se hacían aún más pronunciadas y no
era difícil verle sonreír profusamente ante la maldad rezumante de sus actos.
Más de una vez nos miró con claro gesto de aprobación enseñando
el alto el boli con el que ejecutaba sin piedad a los ausentes en sus clases.
Nosotros decíamos que era una Katana mágicamente encubierta y que en realidad,
lo que hacía era seccionar el alma de los estudiantes que no le respondían a
sus simples preguntas.
Siempre que me preguntan, explico lo mismo: El origen de mi pasión
por las historias y por las clases está aquí. Ojalá algún día pueda ser tan
buen profesor como Don Javier de Andrés.
Bellaflor
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Me ha gustado mucho, consigue recrear muy bien la fascinación de un alumno por quien fue el profesor que más le ha marcado, y lo haces no cayendo en el simple tópico (era un gran profesor que enseñaba bien e imponía respeto) sino que lo llevas mucho más allá, dando muchos detalles de la personalidad del profesor que realmente lo hacen sentir como un ser humano, con sus crueldades y bondades. Y la estructura circular está muy bien llevada, especialmente remarcada por el uso de la palabra "Siempre" tanto para empezar el primer párrafo como para el del último.
ResponderEliminarComo crítica, quizás la broma inicial sobre el CNI y Nicolás queda un poco fuera de lugar, teniendo en cuenta que el resto del texto va a ser mucho más serio. Da una imagen de lo que uno va a encontrar bastante diferente de lo que realmente hay, especialmente combinado con esa primera parte sobre las letras y los números.