lunes, 26 de enero de 2015

Palabras para Paula

6 comentarios :
Práctica 6; Críticas sociales.

Los problemas nunca llegan de uno en uno.

Todos tenemos momentos en que mataríamos por recibir una carta. Podemos desear un sobre con la confesión de amor que nunca recibimos, la declaración de admiración que siempre creímos merecernos o la lista de respuestas que compensaría el vacío de la incógnita.

Pero la mayoría de nosotros preferiríamos una carta de auxilio. Un abrazo en sobre instantáneo. El vaso de agua que nos aclare la garganta ahogada en tierra. Recibir ayuda en el momento justo en que más la necesitamos.

“¿Y si solo tuviéramos una carta? ¿cuándo deberíamos gastarla? ¿cómo podríamos saber que nuestra vida no puede llegar a ser peor?”

Los ojos verdes de Paula se clavaban en el techo como si este tuviera pintadas todas sus respuestas. “No te lo puedo decir, querida. No te puedo decir que este vaya a ser el peor momento de tu vida”

Las dos de la mañana. El ruido del camión de la basura al levantar los contenedores, abajo en la calle. Cómplice silencioso de decenas de insomnes que agradecen su compañía.

Paula se bajó de la cama, abrió la puerta lo más silenciosamente que pudo y se asomó al descansillo, en la total oscuridad. El sonido de los ronquidos de su padre la reconfortó, al igual que la luz del flexo de su hermana, que la delataba por debajo de su puerta.

Le gustaba ver que las cosas seguían su curso. Que su padre seguía teniendo sobrepeso, y que su hermana continuaba chateando hasta las dos de la mañana, sin que nada hubiera cambiado a causa de su desgracia. No lo sabían. Ella no se lo había contado.

Era mejor así; menos real. Solo existía en su mundo. En la puerta que volvió a cerrar, el techo que seguía sin tener respuestas y las horas que no podía dormir.

Fuera de ella misma, su problema no existía.

Pero en su cuerpo diminuto no podía caber tanto dolor. Catorce años de vida eran demasiado pocos para combatir uno de muerte. Y la melena oscura de tristeza ya no podía crecerle más.

Había crecido con la ilusión de unos amigos que habían llegado a formar parte de ella. Al principio, con los primeros insultos y los gestos de mal gusto, seguía creyendo que se quedarían allí para ayudarla y defenderla. Pero para cuando llegó definitivamente el invierno, los pájaros se fueron de las ramas porque faltaban hojas que picotear.

Su madre le preguntaba por personas que hacía semanas ya no estaban en su vida y otras con las que solo compartía breves saludos. Pero Paula fingía que seguían siendo las mismas personas con las que había crecido. Hablaba de fantasmas que, en el fondo, eran tan fríos como el hielo.

A veces, cuando volvía del instituto, se daba cuenta de que no había hablado con nadie. Ni una palabra en todo el día. Entonces decía bajito algunas de las cosas que podría haber contado, y se reía de las mismas personas que se dedicaban a reírse de ella.

“Sí, creo que este es el momento de recibir mi carta” se dijo una noche.

Repasaba viejos mensajes de internet y de móvil. Viejas confesiones de amistad, cariño derramado en ingente cantidad de letras. ¿Cuándo aprendería la gente que la consideración no se mide en longitud de las palabras?

¿Hay algo más cruel que enviar un mensaje y no recibir respuesta ninguna? Es todavía más innoble en la distancia. Saber que a través de los kilómetros alguien mira expectante la pantalla, y decidir dejarle ahí, indefinidamente plantado ante la luz artificial. Era lo que más le molestaba de sus compañeros de clase. Las ofensas en persona podían sobrellevarse; un duelo de miradas siempre era más humano, pero una llamada lejana de socorro nunca podía dejarse sin respuesta.

“Y si recibo una carta... ¿tengo que contestar?”

“Al final vas a confundir los sueños con la vigilia” le quería decir el techo. “No hay cartas. No existen”

“Bueno, eso depende de mí”

Paula eligió un acantilado cualquiera. Era sobrecogedor mirarlo y saber que, ocurriera lo que ocurriera, siempre estaría ahí. Más imperturbable aún que los ronquidos de su padre, y que la rebeldía de su hermana... El presente no era nada, y sus problemas tampoco. Que los adolescentes fueran allí a suicidarse era casi una contradicción.

Lanzó la carta de papel. El viento gallego la elevó durante breves momentos, para después sacudirla y torturarla. El precario avión hizo un pequeño esfuerzo por agitar sus delgadas alas, o al menos eso quiso ver Paula, para caer en picado hacia piedras y espuma.

– No te preocupes. Sé que me contestarás. - murmuró.

Pero ya daba igual. Ya estaba hecho. Las cartas no eran pura fantasía.

Julia Concepción Gutiérrez


6 comentarios :

  1. Me ha gustado el relato como tal, aunque ciertamente no acabo de ver la crítica social. ¿Bullying quizás? Apenas llegas a decirlo, y no tengo muy claro que la soledad cuente como crítica social. Aunque, sin duda, como relato funciona muy bien pese a alejarse un poco del objetivo del ejercicio.

    Por otro lado, creo que abusas mucho del punto y aparte, sobretodo en la primera mitad, haciendo que la lectura avance un poco más lenta de lo que debía. Eso permite transmitir un poco la quietud y pasividad de la casa, pero a la vez también le quita algo de ritmo a la historia.

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    1. Tienes razón en lo del ritmo, ¡gracias por el apunte!

      Con respecto a la crítica, creo que quería salirme del típico esquema de expresión sentimental del sufrimiento y censura de la violencia, etcétera, etcétera. Pero es verdad que no me gusta hacer críticas; menos si son narrativas, prefiero decir lo que está bien y no lo que está mal. ¿Para eso está la ficción, no? Espero que los adolescentes no se suiciden con problemas como el acoso y que sigan con sus sueños. Eso era todo lo que quería decir.

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    2. Hum, entonces creo que lo has conseguido sobradamente, porque el relato realmente consigue transmitir esa sensación sin lugar a dudas. Quizás no era lo que Sheila había pedido, pero si era tu objetivo está más que conseguido y le da aún más brillo al relato. ¡Aún más enhorabuena, pues! :)

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    3. Muchas gracias, Costán ^^ de todos modos la próxima vez intentaré ceñirme más a las pautas

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