martes, 27 de enero de 2015
Justificando Emociones
Práctica 6; Críticas sociales.
Otro día más. Otro día aburrido en la panadería de mi pueblo
viendo las mismas caras pasar a las mismas horas de todos los días. Como cada
día, me saludaban con las mismas palabras preconfiguradas y yo respondía con la
misma sonrisa y me interesaba por sus vidas. Sabía que la mayoría de ellos me
respondían por cortesía, fingiendo que me escuchaban con asentimientos y
palabras huecas de toda emoción, pero yo seguía interesándome por el bienestar
de mis vecinos. No me entendían, nunca lo harían, pero no me importaba. No eran
ellos los que tenían que vivir mi vida.
“Buenos días, Ana.” dijo una anciana mujer, de aquellas
orondas, mirada afable y cristalina y maraña de pelo blanco, tan menuda que
tenía que estirarse para llegar al mostrador.
“Buenos días, Dolores. ¿Qué va a ser? ¿Una pistola como todos
los días?”
“Dame hoy dos, hija, que ¿sabes? Mi hijo viene a comer.” lo
dijo con una sonrisa radiante, de las que consiguen alegrar el día.
“Claro, Dolores. En seguida le pongo las dos pistolas.”
Me apresuré a enfundar mi mano en un guante de plástico y
cogí dos barras que metí con la maestría de la costumbre en una estrecha bolsa
de papel.
“Ya sabes que trabaja en Barcelona. Es un buen camino en
coche hasta aquí, pero viene a verme cuando puede el pobre.” el orgullo de
madre la henchía.
“Me alegro mucho. Los hijos tienen que cuidar a sus madres.”
le di las dos barras inclinándome sobre el mostrador y ella me pagó con algo de
chatarrilla de la que llevaba en el bolsillo.
“Di que sí, Ana. ¿Y tú? ¿Para cuando vendrán los niños?”
Esbocé una sonrisa que traté no resultase demasiado hastiada.
La historia de siempre. Las mujeres sólo teníamos dos funciones en la vida,
casarnos y parir hijos, y una mujer que no hiciese las dos cosas era una
especie de criatura rota a ojos de la costumbre imperante. Estaba llegando a mi
treintena y no tenía hijos. Mi abuela seguía hostigándome con ello, aunque mi
madre ya había dado por imposible que algún día fuese a ser madre. No asi la
gente del pueblo que insistía a cada poco en el tema. Lo normal en un pueblo
tan pequeño, donde lo que se salía de lo normal era la comidilla de todos.
“Estoy demasiado ocupada para tener hijos, Dolores. Entre el
trabajo y el voluntariado.”
“Ah, ya.” chasqueó la lengua con cierto toque de desprecio
que no me pasó desapercibido, y puso la expresión de la anciana que cree saber
tanto como los años que ha vivido. “Deberías dejar eso del voluntariado. Es
perder el tiempo, muchacha. Tener hijos es mucho más importante.”
No quise contradecirla. Meterse en una discusión verbal con
una clienta nunca era una buena idea. Además, ella no entendería que traer
hijos a un mundo sobrepoblado no era una opción para mí. Eran gente de pueblo
que no salían de su limitado ecosistema. Pedirles entender los grandes
problemas a los que se enfrentaba la humanidad era imposible.
“Quizás más adelante.” la respuesta que daba siempre para
zanjar la discusión.
“Ya verás como cuando tengas hijos, todo lo demás te parecerá
poco importante.” me dijo con un brillo conocedor en la mirada.
“No lo pongo en duda, Dolores. Disfrute de la comida con su hijo.”
La mujer me dio las gracias y se marchó de la tienda. Yo
seguí trabajando hasta que alrededor de la hora de comer mi compañera y mejor
amiga me sustituyó. Al verme la cara, sus labios se curvaron en una sonrisa.
“Otra vez.” adivinó.
“El cuento de siempre. Nunca lo van a entender.” dije
agachando la cabeza. “Es tan complicado hacerles ver que el único amor que
existe no es el suyo, no es el que ellos consideran normal. A veces me siento
como las parejas de blancos y negros en EEUU. Tener que esconder lo que siento
y cuidar lo que digo para que no me miren mal.”
“¡Al diablo con ellos! ¡Algún día saldremos de este pueblo
infecto y seremos libres!” me cogió cariñosamente de las manos.
“¿Y dejarlos solos? ¡No podría!” dije con vehemencia.
“Habrá más a quienes ayudar allí donde vayamos.” me dijo.
“Lo sé, y eso me pone muy triste.” hice una mueca.
“Shhh. Algún día.” me acarició la mejilla.
Era nuestro mantra. Algún día veríamos un cambio
revolucionario. Algún día la gente dejaría de pensar en ellos, en el
antropocentrismo patriarcal imperante, y verían a través de otros ojos,
vestirían otra piel. Entonces nuestro trabajo habría terminado. Pero aún no
había llegado ese día y había mucho que hacer.
“Corre. Te esperan.”
Miré a mi alrededor. No venía ningún cliente asi que
aproveché para darle un rápido beso en los labios a mi novia y me marché. Otro
secreto. Otra anormalidad a ojos de ese pueblo cerrado en sí mismo y sus
costumbres. Conduje hasta las afueras y, antes incluso de llegar, ya pude oír
el coro de ladridos que me saludaban como todos los días. El refugio era poco más
que un complejo de jaulas de hormigón y hierro. Una mierda, lo sé, pero era la
única forma en la que podíamos ayudarlos.
Mis compañeras voluntarias abrieron el porton y me dejaron
entrar. Los perros me rodearon y yo me arrodillé para recibirlos con los brazos
abiertos. Sus húmedos lametones empaparon mis mejillas y su jolgorio contagioso
me invadió. No me agradaba verlos encerrados aquí, pero ayudarlos me hacía
inmensamente feliz. No entiendo porqué tengo que justificar mis emociones para
parecer normal.
DNH
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Me ha gustado, consigues encajar una crítica social abstracta como la crítica a la mentalidad más o menos cerrada y cuadriculada de un pubelo, la forma de hacer las cosas tradicionalmente, los valores imperantes, etc. con una crítica muy concreta a las desigualdades de las poblaciones "desviadas" (a ojos de la mayoría) como las lesbianas, e incluso toques de crítica ecologista y animalista. Y toda esta crítica a la mentalidad actual consigues hacerla lejos de la lágrima fácil pero sin, por ello, resultar distante o fría. Un muy buen trabajo.
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