domingo, 15 de febrero de 2015

Cuatro Balas Para la Medianoche

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Práctica 7; Acción.
Se aproximaban ocho, pero probablemente hubiera más en la floresta. Unos cuantos arcos, hachas y espadas, cubiertos con escudos de madera y pintura de guerra. Un ejército primitivo y sucio para enfrentárseme, pero yo no tenía muchas opciones. Tras la pequeña cobertura de madera, sabía que sólo me quedaban cuatro balas en el revolver.
Una flecha perforó con fuerza mi protección, mostrando su punta a través de los tablones. Me asomé rápido, como un rayo, y descargué un tiro acelerado contra los atacantes. Mientras me agachaba de nuevo, vi como uno de los arqueros caía hacia atrás, agarrándose la pantorrilla. Podía escuchar sus gritos de dolor desde detrás de la barrera, mientras su carrera y sus aullidos de batalla aceleraban con el ritmo de mi corazón. Tres balas.
Asomarse una vez más y volver a cubierto dejó a otro en el suelo, pero apenas quedaban cinco metros entre ellos y yo y no me quedaban sitios a donde retirarme. El primer asaltante cruzó el parapeto y le descargué un tiro a bocajarro, sintiendo su sangre caliente y restos de su cráneo en mi cara. El siguiente entró detrás de él antes de que el cuerpo tocase el suelo y se llevó mi última bala como regalo en la garganta. Rodé a un lado, dejando la pistola detrás. Todo estaba perdido.
Cogí como pude el hacha del primero y me dispuse a enfrentarme a los cuatro que quedaban. Con fuerza, tomé aire y me lancé a por ellos como un loco, fuera de la cobertura y de la seguridad. Si moría, ¡que se viniesen conmigo los más posibles! Al primero lo pillé por sorpresa, un golpe contundente y la hoja se internaba en el lóbulo temporal. En el Spital no nos entrenaban para esto, pero eran cosas que se aprenden en el Yermo. Paré el ataque con el escudo del quinto enemigo, trastabillando hacia atrás por el impacto, y tropecé con uno de los cadáveres.
Mi equilibrio se desvaneció, mientras mi cuerpo caía lentamente hacia atrás. Sobre mi, los salvajes aullaban victoriosos. Mi tiempo de servicio en el mundo se acababa y más de los suyos seguían saliendo de la floresta. Uno apuntó su arco a pocos metros de mi y en la punta afilada del asta de la flecha iba escrita la hora de mi defunción.
Costán Sequeiros Bruna

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