domingo, 15 de febrero de 2015

Cuervos

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Práctica 7; Acción.
Cuando escuché el cuerno en la lejanía supe que algo malo estaba pasando en las colinas, así que no tardé en correr hasta las almenas para ver qué era exactamente lo que ocurría. Era una noche sin luna, así que no vi nada fuera de las murallas del castillo, ni siquiera la habitual silueta de las montañas del este donde acaba el reino. Lo primero que hice fue buscar a Haldr por todo el castillo, pero no tardé en recordar que había salido la mañana anterior para explorar lo contornos, y que aún no había vuelto. El cuerno volvió a llamar de forma desesperada; pensé que quizá fuese el propio Haldr quién llamaba.
Cuando bajé a la armería no había nadie allí, así que me apresuré a coger mi martillo y mi yelmo emplumado, y me dirigí hacia las puertas lo más rápido que pude. Salí corriendo, dejando atrás la fortaleza por el puente levadizo, yo solo, para internarme en el peligroso bosque nocturno. No veía nada de nada, y apenas distinguía los troncos de los árboles bajo la tenue luz de las estrellas, pero de todas formas recé con todas mis fuerzas a los dioses para que me permitiesen llegar a tiempo a la batalla, y todos sabéis que los dioses nunca le dicen que no a eso: corrí impulsado por la furia del Dios Tuerto más rápido que si hubiese montado un caballo, que seguramente hubiese acabado tropezando. El cuerno en la lejanía seguía llamando, pidiendo una ayuda que no llegaba. Cuando ya me encontraba a escasos metros del lugar de donde procedía el sonido, dejó de sonar.
Por fin vi unas luces, unas antorchas en medio de la espesura, y unas voces que gritaban. Salté de entre la maleza, solo para ver como Haldr caía al suelo abatido justo delante de mí por la espada de uno de esos desdichados hombres de las ciudades del oeste, con su cuerno en la mano. No sé si él llegó a verme antes de ser abatido, pero espero que así sea, y que al menos me recuerde en los palacios negros de Halarheim, donde a juzgar por la cantidad de hombres muertos que había a sus pies, seguro que habrá llegado sin dificultad. Había otros de los nuestros en el suelo, dos o tres, lo cual me enfureció de una forma que no pude controlar, mientras que solo habían quedado en pie cinco de aquellos hombres del oeste. Viendo que estaba solo, uno de ellos hizo un comentario en su lengua que no pude entender, pero lo hizo con una expresión que comprendí al instante, como si creyese que sería fácil hacerse conmigo.
Ese desdichado avanzó hacia mí con prepotencia, burlándose en su estúpido idioma y apuntándome con su espada como un imbécil. Fue incapaz de reaccionar cuando me lancé sobre él: le destrocé la mano de la espada con el martillo, y acto seguido, esparcí lo poco que había dentro de su cabeza por el bosque de otro golpe. Sus compañeros retrocedieron espantados.
“Un bosque profanado con sangre solo se limpia con sangre”.-les grité antes de lanzarme a por ellos. Uno trató de lanzarme una antorcha que llevaba antes de esconderse detrás de sus compañeros, pero la esquivé sin ningún problema. El más valiente quiso enfrentarse a mí, lo cual le honra, pero no le sirvió de nada, le tiré al suelo de un manotazo y salté sobre él para lanzarme contra el resto. A uno le maté con un golpe de mi martillo directamente sobre las costillas mientras que a otro también le empujé contra el suelo para destrozar el bonito yelmo que llevaba a base de patearle contra una roca. En medio de aquel furor asesino que me recorría casi había olvidado al cobarde que me había tirado la antorcha, y que en aquel momento me miraba con pavor, completamente paralizado.
Quiso correr cuando me acerqué a él, pero con un golpe de martillo dejé uno de sus tobillos completamente destrozado. Supongo que le oiríais chillar de dolor.
“Grita, perra.” le dije mientras pensaba en cómo acabar con un cobarde como él. “Los otros eran unos asesinos malnacidos que tuvieron la mala suerte de venir a mis tierras, pero tú solo eres una perra cobarde. Grita más, con suerte atraerás más perras como tú, y así podremos acabar con toda la jauría de una sentada.” Recuerdo pisarle el tobillo destrozado mientras se lo decía para que gritase más. Cada alarido limpiaba más el bosque de su inmundicia y tranquilizaba a los espíritus inquietos de los ancestros que viven allí. Me rogó que le matase, así que le recordé que era una perra cobarde.
Dejé de aplastar lo que quedaba se su tobillo, pero solo para volver a dirigirme a los dioses; con sus gritos no me hubiesen escuchado bien. Les pregunté de qué forma querían que se lo enviara, cómo querían aquella ofrenda. En cuanto vi la antorcha que me había tirado en el suelo, entendí el mensaje del Dios Manco. La recogí y volví junto a la perra agonizante. Le agarré de la cara y le obligué a abrir la boca. “Cuidado, está caliente.” le advertí antes de apagar la antorcha con su esófago. Conseguí que dejase de gritar.
Cuando llegasteis, en el bosque solo quedaba silencio y oscuridad, que es lo único que debe haber en el bosque.
Elllolol

1 comentario :

  1. Me ha gustado, me parece que consigues un buen equilibrio entre la parte de acción, brutal y visceral, y la creación del ambiente nórdico con sus dioses paganos campando por la mente de la gente. De modo muy eficaz despachas la parte del combate, demostrando la violencia del protagonista ante lo visto, y el poder de un berserker en batalla. Creo que cumples perfectamente con el objetivo del ejercicio.

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