jueves, 12 de febrero de 2015

La cacería

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Práctica 7; Acción.

El Sol comenzaba a emerger entre las cercanas cordilleras montañosas, regando todo el valle con su radiante luz clara y límpida. Una ligera bruma emergía de los riachuelos próximos, creando un fantasmagórico espectáculo a través del cual, sombras difusas paseaban tranquilas. Los primeros pájaros ya empezaban a desperezarse, llenando la naturaleza con sus trinos, rompiendo el silencio de la noche. En las alturas un águila se deslizaba, con las alas muy extendidas, oteando el paraje con su aguda vista en la búsqueda incesante de un conejo o un ratón que poder llevarse al pico. Era paz, era tranquilidad, era una calma que no podía durar. Que no debía durar.

Los grandes rebaños de ungulados ya habían despertado. Pacian, con paso tranquilo y las cabezas al suelo, rumiando las briznas de hierba que sus dientes en forma de pala conseguían arrancar. Había varias especies, todas mezcladas, todas juntas conscientes de que su mejor arma contra los depredadores era permanecer unidos. Gallardos caballos salvajes de lustrosas crines. Ligeros ciervos de hermosas cornamentas y patas de alambre. Toros salvajes, robustos y orgullosos, de pelaje tupido para protegerlos de las inclemencias del tiempo. Entre sus grandes pezuñas, los zorrillos correteaban a la búsqueda de roedores. A los ruminantes no les importaba la presencia de los pequeños cánidos. No podían hacerles ningún daño, ni a ellos, ni a sus crías. Si uno se acercaba demasiado a un cervatillo, la madre golpeaba el suelo con sus cascos y eso era suficiente para que el animalillo se alejase.

El ciervo, un macho adulto, experimentado, padre de muchas crias y de imponente cornamenta bien ramificada, alzó la cabeza. Sus grandes orejas se movieron de lado a lado, captando todos los sonidos. Sus grandes ojos marrones otearon con mucha atención el valle. Había sobrevivido varias primaveras, las suficientes como para saber que las primeras horas de la mañana eran las más peligrosas. Era cuando los cazadores empuñaban sus armas y acudían al valle a cazar. Tras un minucioso análisis del entorno, se atrevió nuevamente a agachar la cabeza para masticar unas briznas de hierbas. No había terminado de rumiar su bocado cuando ya estaba alzando nuevamente la testa para otear el entorno.

Algo le llamó la atención. Algo que hizo que todo su cuerpo se pusiese en alerta. Un grupo de conejos que había estado rebuscando comida a los pies de los rumiantes se dispersó de repente entre la maleza para regresar a sus madrigueras. El ciervo olfateó el aire. No le llegó ningún olor raro pero el viento iba en su contra, no podía confiar que no hubiese algo acechando entre los arbustos. Decidió errar en favor de la prudencia y se puso en marcha, alejándose de allí con los ágiles saltos que le caracterizaban. El resto de los rumiantes, al ver la clara señal de alarma en su huída, se disgregaron, corriendo en ordenadas manadas divididas por especies. El ciervo enfiló en dirección al bosque cercano, consciente de que el denso follaje le daría una protección que no obtendría en el valle.

No tuvo que esperar demasiado a escuchar el golpeteo de los pasos contra la tierra. La persecución había empezado. Sólo tenía que esperar que el cazador se decidiese por una presa que no fuese él. En su frenética carrera no tardó en alcanzar las frescas sombras del bosque. Sorteó unos arbustos de un ágil salto y se adentró en un terreno traicionero, lleno de raíces, musgo, helecho y rocas camufladas entre el follaje. Una vez cobijado entre las sombras, se permitió relajarse.

No duró mucho. Los helechos susurraron cuando el cazador los atravesó y el ciervo volvió a ponerse en marcha. Galopó tan rápido como la vegetación le permitía. Las raíces traicioneras emergía de la tierra, pero aquel era su mundo y lo conocía bien. Las sorteó con ágiles quiebros y buscó las zonas donde el terreno era más estable. El cazador lo siguió, demostrando una resistencia extraordinaria. Pronto quedó patente que aquella no sería una cacería al uso.

El ciervo corrió bajo las sombras, sus ojos pendientes del terreno que pisaba, de los obstáculos que lo rodeaban. A sus espaldas, el cazador siguió a la zaga. El ciervo lo guió bosque adentro, por una zona donde el follaje era más denso. Se adentró en un campo de helehos que esperaba que lo ralentizase. Sus ágiles patas le permitieron sortearlo con amplios saltos. Al mirar hacia atrás vio la confusa silueta del cazador, bordeando los arbustos y buscando un terreno más llano. Eso le hizo hacer un quiebro a la derecha en un intento por despistarlo. En cuanto emergió de entre las plantas, alcanzó un sendero estrecho y rompió a todo correr. El corazón le latía con fuerza, bombeando sangre a su cuerpo en tensión.

De un rápido salto, pudo esquivar una maraña de raíces. Fue entonces cuando escuchó el silbido. Una saeta pasó volando a pocos metros de él y se clavó, vibrando, en el tronco de un árbol. El ciervo hizo un quiebro a la izquierda. Una de sus patas pisó un parche de musgo y le hizo perder el equilibrio. Pudo recuperarse pero el cazador ya le había ganado terreno. Asustado, bramó y arrancó a correr de nuevo, adentrándose aún más entre la vegetación, alejándose del sendero de tierra. Sus patas lo llevaron colina arriba, a un lugar donde las ramas eran tan espesas que apenas dejaban cruzar la luz del Sol. El silencio se había hecho patente en el bosque. Todo parecía estar a la espera de ver el desenlace.

Una maraña de raíces de interpuso en su camino. Eso no lo frenó, pero sí ralentizó su marcha. Zigzaggeó entre los troncos, poniendo cuidado en donde pisaba. Los pasos del cazador lo seguían con mucha más agilidad que la suya entre las traicioneras raíces. Un nuevo proyectil voló hacia él pero el ciervo lo esquivó por los pelos, haciendo un quiebro alrededor de un gran tronco. Un segundo proyectil voló, pasando muy cerca de su garganta. Alzó la cabeza y pegó un frenazo, usando la inercia para girar de nuevo en la dirección contraria. Volvió a apretar el paso.


Su carrera lo llevo directamente a una zona pantanosa y oscura, de aguas poco profundas y salpicada de parches de tierra. La niebla allí era más persistente que en el valle, algo que quiso aprovechar el ciervo. Al llegar al borde pego un brinco, pero no llegó a alcanzar el islote. Sus patas se sumergieron en el agua con un sonoro chapoteo y los finos cascos se hundieron en el barro. Supo, al momento, que estaba en problemas. Desesperado, empezó a vadear el pantano, tratando de emerger del viscoso limo a saltos, pero cada vez que volvía a caer se hundía más en él. Por el rabillo del ojo vio la silueta del cazador, parado junto al pantano, con el arco preparado.

El cazador, una mujer, encajó una flecha y tiró de la cuerda hacia atrás. El ciervo bramó y sus movimientos se volvieron aún más desesperados. Brincó, coceó, chapoteó con fuerza en el agua. Sus ojos fijos en la seguridad de la tierra firme a pocos metros. El cazador aguardó a tener una buena linea de tiro. Los cascos del animal tocaron finalmente la tierra, la esperanza de sobrevivir. Echando fuerzas de su miedo, de su naturaleza superviviente, se impulsó con las patas traseras. Salió del agua. Saltó, buscando la cobertura de la vegetación.

La cazadora soltó la cuerda. La flecha voló por el aire con un silbido. Su punta, de hierro, atravesó su costado y fue a clavarse directamente en su corazón. El orgulloso animal estaba muerto antes incluso de desplomarse sobre el suelo. Su espíritu, su esencia inmortal, volvió a fundirse con la tierra que le vio nacer.
DNH

1 comentario :

  1. Me parece que has hecho un gran trabajo con la ambientación de este relato, realmente consigues transmitir magníficamente el lugar, la calma rota, la carrera desesperada, etc. Y el contraste entre la calma de la escena inicial y la carrera está muy logrado.

    Como crítica, creo que sin embargo llevas demasiado de esos detalles a la parte de la persecución. Transmites muy bien los lugares por dónde pasan y lo que ocurren, pero a menudo con frases algo largas que hacen que la acción avance más lenta de lo que debería, unido quizás a que hay más detalle del que alguien a toda velocidad se pararía a ver.

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