domingo, 11 de enero de 2015
Vecinos ilegales
Práctica 5; Escribir para alguien concreto.
Tuve mucho cuidado al derramar el
aceite, ya que mi pulso envejecido me había jugado malas pasadas hace unos
días. Esta vez, sin embargo, puse todo mi empeño en que el aceite acabara en su
depósito, antes de cerrar el capó de mi coche. El tiempo que invertí en este
nuevo reto me hizo percatar una sombra que de otra manera hubiera pasado
desapercibida a mis ojos desgastados.
Alcé la cabeza para sorprenderme
admirando unas bragas que colgaban del quinto piso de mi edificio, justo encima
de mi hogar. Hubiera sido algo normal si no fuera porque sabía de buena mano
que ese piso estaba deshabitado desde hacía una década. ¿De dónde había salido
ese trozo de tela de punto exquisito?
Quiero aclarar que yo siempre he
sido un hombre modelo: he seguido las leyes al pie de la letra y me sabía la
constitución de carrerilla. Siempre he tratado a las figuras de autoridad con
reverenciado respeto y me he metido en mis asuntos cuando otra gente se metía
en problemas. Y mis votos, ¡siempre al centro! Ya me dijo mi difunto padre que
los extremos nos llevan al salvajismo, así que me limito a llevar a cabo lo que
es de todos sabido: más vale bueno conocido que malo por conocer.
¿Y por qué estoy contando esto?
¡Ah, sí! ¡Las bragas! Al verlas empecé a preguntarme si habrían vuelto sus
antiguos dueños, una pareja algo mayor que mi mujer y yo. Una pareja admirable,
que en mis años de juventud llegué a envidiar: de familia de derechas de toda
la vida, con unos ideales fuertes y bien arraigados, y una educación que le
dejaba a uno la boca abierta. Me emocioné al recordar las charlas que habíamos
tenido, así que con el paso tembloroso que me empieza a caracterizar subí hasta
el ascensor, esperando verlos de nuevo.
Pero qué sorpresa la mía al
llamar a la puerta y no escuchar respuesta. Tan sólo un ruido sordo al final de
la casa y como un susurro de viento al otro lado de la puerta contestaron a mi
llamada. Volví a llamar, pero no obtuve mayor respuesta que la que me pudieron
dar los sonidos inexplicables que llegaban desde el otro lado de la puerta.
Volví a casa olvidándome de que
mi mujer me había encargado ir a comprar el pan, y le conté lo sucedido. Ella
también se puso nerviosa, pero como tampoco tragaba mucho a la pareja en
cuestión no le dio más importancia. Lo que pasa es que la familia de mi mujer
era roja, roja, pero roja, roja. Fíjate que a su padre lo mataron por
comunista, según me han contado. Menos mal que al final se dio cuenta de lo que
la convenía y se vino conmigo, dejando todas esas tonterías. Por eso yo siempre
he sospechado que no le caían muy bien los vecinos.
Cuando por fin volví de comprar
el pan y me apeé del coche, algo me sobresaltó. Ahora la ventana hacia la calle
estaba abierta y un viento fantasmagórico movía las cortinas emulando brazos,
como si me llamara a entrar. Me apoyé sobre el capó y entrecerré los ojos para
descubrir una sombra mirándome, que se deslizó rápidamente hacia la oscuridad
en cuanto pude verla.
No me sentó bien la comida que
preparó mi mujer, ya que estuve dándole vueltas una y otra vez al tema de los
vecinos de arriba. ¿Quién podría estar ahora ahí? ¿A qué venían esas sombras y
esas bragas colgadas? ¿Y los ruidos?
Fue pensar en los ruidos y
sobresaltarme en la mesa al escucharlos de nuevo. Ahí estaban, como cadenas
arrastrando algún fuerte pesar. Muebles que iban de un lado a otro y, ¿qué era
eso? ¡Cuchicheos! Susurros del otro lado que se reían de mi estupefacción. No
podía consentirlo, así que dejé el plato a medio acabar sobre la mesa y dejé
allí a mi mujer, para irme de nuevo al piso de arriba. Cuando salí del
ascensor, en alpargatas, vi que la puerta de la casa estaba entreabierta.
¿Habían entrado a robar? ¿O era una invitación para entrar?
Con todo el sigilo que me
permitió mi cadera crucé el umbral y llegué hasta el salón, para ver una casa
abandonada que ya no se asemejaba a mis plácidos recuerdos. Nadie podía estar
viviendo allí. Y los muebles, ¡qué estropeados estaban! Antes de que pudiera
darme cuenta, me encontré acariciando la vieja mesita del salón en la que
habíamos tomado pastas los cuatro en esos tiempos. Y de pronto, un fuerte ruido
me sobresaltó: la puerta se había cerrado de golpe, y empecé a escuchar
susurros de ultratumba que reverberaban gracias a la amplitud de la casa. Un
viento helado que venía de la habitación de matrimonio me erizó los blancos
pelos de la nuca, e hice caso omiso del temblor de mis piernas al ir a
investigar.
— ¿Hola? ¿Quién anda ahí? — logré espetar sin mucho éxito.
Los susurros gélidos me envolvían
y empecé a escuchar movimiento de muebles a mi alrededor. No podía imaginarme
qué era lo que estaba pasando ahí, hasta que llegué a la habitación de la que
provenía el frío. Me asomé a la puerta y vi aterrado como en las mantas de la
cama se formaba un bulto que al escucharme entrar se alzó hasta casi mi altura.
Con una exhalación me di la vuelta y salí corriendo de aquella trampa.
Al volver a casa hablé seriamente
con mi mujer, explicándole lo ocurrido. En esa casa abandonada pasaba algo
raro, y no eran los antiguos vecinos, eso estaba claro. Mi mujer me dijo algo
que me aterrorizó: nuestros vecinos habían muerto hacía años. Presa del pánico,
y sabiendo qué era lo que estaba pasando ahí, me abalancé sobre el teléfono y
marqué el único número de teléfono que podía ayudarnos en esa situación.
Dio un tono, dos, tres, hasta que
una voz joven y enérgica respondió
tranquilizándome:
— Aquí los Cazafantasmas, ¿en qué puedo ayudarle?
Policía Nacional
Montag
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Me ha gustado bastante, con un juego gracioso e interesante entre el realismo y la fantasía. Probablemente me hubiese gustado bastante más si no me lo hubiese autospoileado al ir a mirar cual era el publico objetivo y leer por accidente la última frase. :(
ResponderEliminarMe ha encantado. Un texto que te arrastra a través de los primeros años de vejez de un hombre y un giro final sorprendente, pero que encaja perfectamente y te arranca una sonrisa. Consigues mantener el espíritu del texto, algo sórdido y ligeramente tenebroso, sin dejar claro si los vecinos realmente han vuelto o es él quién está empezando a desvariar. A la vez, vas dejando pistas de tal modo que el final, aunque roza lo cómico, no desentona con el resto del relato. Se intuye que no todo es lo que parece pero siendo lo suficientemente sutil como para que te sorprendas.
ResponderEliminarNo me quedó tan claro lo del colectivo al que va destinado. intuyo que tiene que ver con el final pero admito que no era lo que me esperaba. Puede que sea yo que no he terminado de entender la relación.
En cualquier caso, me ha parecido un buen relato.
Muchas gracias por las críticas. Me gustaría aclarar lo de la Policía Nacional:
ResponderEliminarDesde el primer momento quise escribir una muy sutil crítica a los desahucios de casas okupadas. Quería mostrar lo irracional que resulta llamar a la policía porque alguien esté viviendo en un lugar determinado sin el "permiso legal". De ahí que haya escrito todo el relato para que se pueda leer de las dos maneras: o bien hay okupas en el piso, aprovechando la muerte de la pareja mayor, o bien son fantasmas. De cualquier modo, la reacción del protagonista estaría justificada por su paranoia.
Actos irracionales que van contra toda lógica, pero que, visto desde este personaje mayor (de centro tirando a derechas, que trata a su mujer como un trapo y empieza a desvariar) tienen mucho sentido.
Si, la lectura crítica se nota y es muy interesante. Aunque no tengo muy claro que esa lectura, precisamente, fuese a encajar muy bien con el público al que iba destinado el relato, ¿no? Yo creo que podría generar algo de rechazo ante el tribunal que lo juzgase (por usar una metáfora del ramo).
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