domingo, 15 de febrero de 2015

Final feliz

6 comentarios :
Práctica 7; Acción.
Tenía que conseguir otro final feliz.
Las ruinosas escaleras de piedra crujieron al son de sus pasos vacilantes. La montaña rugió; el viento azotó esa parte de la ladera y la nieve se levantó como una sábana de espuma.
Amanda se agarró a la frágil barandilla, asustada. El metal se convirtió en polvo entre sus fríos y delicados dedos. Se quedó así, paralizada, hasta que una mano le fue tendida desde la oscuridad, y tiraron de ella para levantarla.
Era Ekio. Sus enormes ojos azules destellaron un momento, amigables, y juntos subieron los escalones que quedaban.
Zafir les miró llegar a la cima con desconfianza. No se fiaba de ella. Era la nueva del grupo.  La nueva de entre los dos. Y él era el que se encontraba mejor que todos. Las frondosas pieles de su capa hondearon entorno a su figura, agigantándola, manteniéndola caliente. Claro, él siempre se quedaba con lo mejor. Amanda se preguntó cómo era posible que Ekio todavía no se diera cuenta de que pretendía traicionarle.
Pero claro, tampoco ella podía saberlo.
– Moved el culo, pareja. - les gritó.
Acamparon al amparo de un saliente de aspecto particularmente agresivo. Bajo su techo, estaban resguardados de la nieve y la ventisca. Pero tampoco podían mirar las estrellas, claro. Las estrellas tranquilizaban a Amanda. Siempre estaban ahí. En los dos mundos.
Zafir se quedó haciendo la primera guardia. Eso significaba que Amanda tampoco podría dormir; y lo que era más complicado: que tendría que fingir que dormía.
Los ojos azules de Ekio se quedaron clavados en los suyos hasta que los cerró el sueño. En ese momento, y a falta de su luz, Amanda se mantuvo en un lamento vibrante, como unas cuerdas sin su guitarrista.
“Tienes que tranquilizarte” se reprendió. Ni siquiera recordaba el falso nombre que le había dado. ¿Y si alguna vez la llamaba y no respondía? Zafir tenía razón: no era de fiar. Ni siquiera ella se fiaba de sí misma.
Pero no había podido resistirse. Cuando se enteró de que Ekio quería alcanzar la tumba de la mujer que se había enamorado de la montaña, para comprobar que la leyenda fuera cierta, le pareció una empresa demasiado atractiva. Aunque la montaña fuera un risco que sobrepasaba las nubes y que llevaba mucho, mucho tiempo enfadada con sus ventoleras.
En ese mundo extraño, Amanda se sentía libre. Pero aquella sería la última noche. Zafir intentaría matar a Ekio de un momento a otro, ella se lo impediría y ahí habría acabado su trabajo.
“¿Cómo alguien puede querer matarte?” pensó, mirándole dormido. Apenas podía verle en la oscuridad, pero tenía su rostro grabado a fuego en la memoria.
“¿Cómo alguien podría permitir que te acabaras?”
Escuchó las primeras palabras del hechizo de Zafir. La lengua del desierto. La fuerza de la arena enterrando poderes ocultos desde hacía siglos. Las formas cambiantes de las dunas, serpientes titánicas debajo de la tierra.
Estaba intentando embrujarla, con las estrellas como único testigo. Después mataría a Ekio, y dejaría que ella muriera de frío; todo estaría hecho.
Cuál fue su sorpresa al ver que se incorporaba. Que el hechizo no hacía mella en su piel de marfil, que no paralizaba ninguno de sus miembros. Zafir retrocedió, trastabillando, y Amanda se sintió como la inmortal reina de las nieves, saliendo de debajo de su risco.
– Mala suerte, amigo. - le susurró.- Yo no formo parte de la historia.
Desenvainó la espada lentamente. Su muerte era necesaria. Ekio no podía cargar con un tullido montaña abajo, no una vez ella hubiera desaparecido y se hubiera quedado solo. Y sin duda insistiría en hacerlo aunque con ello arriesgara su propia vida. Por eso tenía que matarlo.
Ekio... ¿cuántas páginas cuestas?
El filo destelló a la luz de las estrellas. Zafir gritó conjuros contra ella que, por supuesto, no tuvieron efecto. Nada tenía efecto cuando Amanda se acercaba. Por eso siempre había tenido que apartarse en ciertos momentos, durante el viaje. Para que ellos no se dieran cuenta de que era como un agujero negro en el ritmo de sus aventuras.
Justo cuando se abalanzaba sobre él, los gritos de Zafir surtieron efecto. Las firmes manos de Ekio se cerraron contra las muñecas que Amanda ya elevaba por encima de su cabeza, y a punto estuvieron de hacer saltar el arma de entre sus dedos. Impotente, dejó que Ekio la apretara y la tirara al suelo con todas sus fuerzas.
La mirada de odio que le lanzó cuando ya estaba tendida sobre la nieve le dolió más que cualquier otra cosa.
– ¿¡Qué pretendías?! - la acusó.
– ¡Me estaba atacando! ¡por la espalda! - mintió Zafir.
– ¡No es cierto! - se defendió.- ¡Quería hechizarte, Ekio, tienes que creerme!
Pero Ekio no la creyó. Su mirada era aún más fría que de costumbre. Mucho más fría que cuando le cogió de la mano por primera vez. Más fría y más intensa que cuando la atrapó entre sus tonos de hielo.
Tenía razón. No podía creerla. La conocía desde hacía solo unas semanas. Pero Zafir había sido su compañero de aventuras desde hacía años. Su amigo. Su camarada.
Ekio no se daba cuenta de que Zafir solo era su sombra. De que debería haberlo dejado allí, moribundo en el desierto. De que había rescatado a una sanguijuela que se alimentaba de su sangre y de sus méritos.
Amanda no podía abrirle los ojos sobre eso. Había ocurrido hace años, cuando aún no le conocía, en lugares en los que ella no había podido estar nunca.
Alentado por la reacción de su amigo, Zafir se arrodilló junto a ella y la cogió por la capa:
– Dinos, ¡¿qué es lo que querías?! ¡dínoslo!
Amanda tuvo la valentía de no responderle. Anegados en lágrimas, sus ojos se quedaron fijos en el suelo, hasta que el ladrón le cruzó la cara de una bofetada.
– ¡Ya basta! - le reprendió Ekio.
Dolido, Ekio se frotó la frente y los ojos, caminando rápidamente de un lado a otro. El amanecer estaba cerca.
– No podemos dejar que nos siga. - decidió, ordenando a Zafir. - Dámela.
Zafir agarró a Amanda por la melena rubia y la obligó a levantarse, para empujarla hacia
Ekio, que la cogió sin mucho cariño.
– Tú quédate aquí. - indicó a Zafir.
Sujetándola las manos detrás de la espalda con un brazo, y empujándola con el otro, la llevó cuesta abajo hacia la frágil escalera que acababan de subir aquella tarde. Pero no, no pretendía conducirla por allí. Se quedaron a varios metros de distancia, mirando hacia el vacío del barranco.
Amanda contempló el lugar de su muerte. Una grieta fría y oscura. No había un final feliz.
Esta vez no lo había conseguido. Las manos de Ekio temblaron, dudaron a la hora de la verdad.
– Yo... - comenzó a murmurar Amanda.
– ¡Cállate! - le gritó, airado.
Escuchó su acelerada respiración unos segundos más, para después sentir cómo la soltaba.
No la había matado. Amanda cayó de rodillas sobre la nieve, a escasos centímetros de lo que habría sido su asesinato.
Agradecida, se volvió hacia Ekio, pero este ni siquiera se dignó a mirarla.
– Te dejaré la espada aquí. Para que puedas intentar volver con vida por donde has venido. Y no hagas que me arrepienta de no haberte tirado.
No escuchó sus pasos al marcharse, porque los sollozos lo ahogaban todo. Ya está. Ya se había acabado.
Miró su espada, abandonada sobre la nieve. Siempre había conseguido lo que quería.
Bastaba con que imaginara algo para que lo tuviera. Como ese filo. Siempre lo había conseguido
Salvo entonces. Salvo con Ekio.
Zafir ya había preparado los zurrones para cuando volvió Ekio. Le palmeó la espalda, como consolándole, y en silencio, reemprendieron su viaje.
El hechizo llegó a la noche siguiente, cuando Ekio aún no estaba dormido del todo. Como un valiente, intentó ordenar a sus paralizados músculos que cogieran un arma. Gritó, se arrastró, se resistió hasta el último de los momentos a ser la estatua en que se estaba convirtiendo. Zafir lo apuñaló primero en el brazo, y se disponía a hacerlo sobre el pecho cuando Amanda apareció.
De un manotazo, la daga salió disparada. Zafir no podía creer lo que veían sus ojos.
Murmuró otros tantos hechizos que, por supuesto, no surtieron efecto. Y en el último momento, desenvainó la espada que Amanda nunca le había visto usar.
Era preciosa.
– ¡Cobarde! - gritó al moribundo Ekio, que se retorcía en el suelo de la cueva. - ¡Cobarde, mentiroso! ¡Por una mujer!
Pero no pudo seguir increpándole más, porque Amanda se tiró contra él. Sus filos se encontraron y chillaron como una criatura del infierno. Ella fue la primera en ceder; las chispas ascendieron hacia el cielo.
Estaba resollando. No era fuerte. No como un hombre. La primera vez le había pillado desprevenido; pero en esta ocasión no llevaba ventaja.
Zafir comenzó a girar en círculos alrededor de ella. Lanzó una estocada, que esquivó. La atacó por un flanco, y se encontró con una barrera de acero. Pero no por mucho tiempo.
– Dime, ramera, ¿de dónde has salido? ¿quién eres en realidad?
Amanda no podía concentrarse en atacar y responder, ambas a la vez. Por eso, soltó la espada y se llevó una mano bajo la capa. Cuando apuntó a Zafir con el cañón de la pistola, este tenía la cara de desconcierto que se merecía un invento que tardaría muchos siglos en llegar hasta su mundo.
– Créeme, si te lo contara, no me creerías.
El balazo le atravesó la frente limpiamente. Era lo bueno de aquel mundo de ensueño: todo dependía de la voluntad de Amanda.
Muerto el hechicero, se acabó el hechizo. Ekio ya se incorporaba, con una mano apretando su hombro herido.
– ¿Qué? ¿qué es eso? - preguntó, aterrado, sobre la pistola.
Amanda se arrodilló a su lado y le cogió por el rostro. Le quedaba poco tiempo.
– ¿Alguna vez has leído un libro, Ekio? Yo te estaba leyendo a ti. Desde muy lejos.
El protagonista parpadeó. Ni siquiera era capaz de despedirse. Ni siquiera sabía que tenía que hacerlo. Amanda cerró los ojos.
Cuando los abrió, estaba de vuelta en su mundo, en su cama. Eufórica, cogió el libro que había caído sobre su regazo cuando se quedó dormida, y pasó a la última página. Ekio. Ekio seguía vivo.
Había conseguido cambiar el final. Dejó el libro en el estante de historias que había conseguido enmendar, y su corazón protestó.
– Lo siento, pequeña. - se dijo a sí misma. - Lo siento.
Se levantó de la cama y caminó silenciosamente hasta la ventana. Las estrellas continuaban allí, ajenas a su pérdida.
– Sí, Ekio. Son las mismas.

Suspiró, miró la pila de libros que le quedaban con final trágico, y decidió que era el momento de pasar a otra página.
Julia Concepción Gutiérrez

6 comentarios :

  1. Siempre me han encantado tus relatos, de hecho me parece que eres la que mejor escribe de todos nosotros, pero a este me ha faltado algo. Sobretodo la primera mitad, se me hizo muy confuso, y las diferencias entre las referencias a las pieles (que sugieren frío) y el desierto hizo que me costase mucho entender la ambientación del relato. Su trasfondo está muy bien, y la parte del final con ella viajando entre relatos a enmendarlos, me parece tremendamente original, pero a la ejecución en algún punto (que no tengo claro cual es) le falta algo de tu brillo habitual. Y, sobretodo al principio, abusas mucho de los puntos y aparte.

    Por otro lado, la parte del ejercicio en si me parece que falla. Era un ejercicio para escribir cosas de acción, y la acción juega un papel muy pequeño y concreto en la historia, reducido en espacio y algo falto de trabajo. En ese sentido, me parece que hay demasiada historia y narración, contexto e imaginación, pero falta un poco la parte que se esperaba que más trabajásemos en este caso.

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    1. Caray, Costán, últimamente no consigo convencerte. Creo que se va a convertir en todo un objetivo.

      Efectivamente, tengo un ligero problema con los puntos y aparte y yo misma era consciente de que sobre todo en la primera parte había algo que no cuajaba. Pero nada, no lo pude remediar. Demasiado que contar en pocas palabras, no he sabido sintetizarlo, supongo.

      Con respecto a la acción, la mayoría de los relatos han versado sobre lo que generalmente se entiende por película de acción (peleas, huidas, encontronazos, etc.). He incluido algo de eso que es, sin duda, lo más "puro", pero también quería centrarme en los movimientos en el espacio. La subida a la montaña, el amago de asesinato, el regreso para mí son escenas realmente difíciles. Espero mejorarlas con el tiempo.

      Gracias por lo primero que has dicho... Es genial.

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    2. Jajaja, eso quizás es por que mis expectativas para ti son las más altas ;)

      ¿Por qué te parecían tan complicadas las partes de movimiento en el espacio? Nunca has tenido problema con las transiciones. :?

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    3. No sabría explicar por qué me resultan difíciles. Me siento tonta explicando que alguien se mueve de un sitio a otro.

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  2. Vaya, eso si que es raro, xD A mi me encanta describir movimientos, les da libertad a los personajes a su manera, y muchos de mis relatos involucran viajes y caminos (sobretodo los más antiguos, cuando eran más largos y tenía tiempo para escribir capítulos y capítulos xD). ¡El movimiento es bien! :D

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