lunes, 1 de diciembre de 2014

El arroz del domingo

2 comentarios :
Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista

MARÍA

La abuela María se había pasado los últimos cinco días preparando este almuerzo, cuidando con mimo cada uno de los detalles de tan especial evento para ella: los huevos, los mejores del pueblo, los del corral de Nicolás. Para el arroz, las gambas que compró cuando fue a la ciudad y que había congelado para una ocasión tan especial como esta. El mantel y los cubiertos, unos estupendos que sólo había usado la primera vez que su suegra visitó su casa, recién casada con Antonio, su marido.

Ahí estaba con ella, a su lado, sentado en el sofá viendo los toros mientras ella daba los últimos retoques a aquella larguísima mesa. Cada día daba las gracias a Dios por colocar en su camino a un hombre tan amable y tan cariñoso con ella. Cincuenta y dos años desde que se casaron, el mismo día de su cumpleaños. Un cumpleaños que hoy celebraría con toda su familia al completo, por primera vez en mucho tiempo. Qué ganas tenía de ver a sus hijas y a sus nietas.

De repente, a cinco minutos de que el reloj marcara las dos, llamaron varias veces al gozne de la puerta.

¾     Ya voy yo, señora María - dijo Candela, su vecina, que hoy había venido a ayudarla.

La casa se llenó de vida y María volvió a sentirse joven, como aquel quince de Octubre que contrajo matrimonio. Volvió a sentirse madre, como aquel veinte de Febrero que nació Isabel, su primera hija. Lloró de alegría como el doce de Mayo que nació Ruz, su primera nieta. Todas estaban allí, sus cuatro niñas, sus doce pequeñas. Incluso su hermana Julia vino, pese a que ya estaba muy mayor.

Perdió la cuenta de los besos que dio, de las veces que su familia repitió su plato de arroz, de las veces que vio sonreir a Antonio. Sus nietas salían y entraban corriendo del salón, con sus juegos y sus cosas de niñas. Sus hijas recordaban con ellas sus años en el pueblo, sus travesuras.

El olor a café las acompañó durante la sobremesa. Si fuera por María, aquel momento no terminaría nunca.


RUTH

Se pasó la mano por el flequillo hasta tapar casi completamente los ojos, dejando el espacio justo para ver la pantalla de su iPhone, para poder seguir chateando con Guille, su novio. Accedió a ir a esa aburridísima comida en el pueblo con la abuela con tal de que su madre la dejara tranquila... pero ella seguía dándole la chapa en el coche... Que si "pórtate bien con la abuela, que está mayor", "dale muchos besos", "come lo que te pongan", "cuida de tus primas"... Se puso los cascos y subió el volumen de Skrillex hasta que dejó de escucharla.

La casa del pueblo olía a alcanfor y estaba llena de fotos antiguas de gente vestida de militar y haciendo la comunión. Absolutamente todos los muebles tenían un mantelito de ganchillo, hasta la tele ¿por qué era tan honda aquella tele? Sus primas pequeñas no paraban de tirarle de la camiseta y de incordiarla. Ruth ya tenía ganas de irse y acababa de llegar.

Le dio un beso a la abuela, que olía a colonia Nenuco y se acopló en su silla, donde siguió chateando con Guille.

¾     ¿Cómo va eso?
¾     Fatal
¾     Jo ¿qué pasa?
¾     Te mandaría una foto, pero apenas hay wifi aquí. Este sitio da miedo
¾     Jajaja, qué exagerada eres
¾     ¡Ven a por mí!

Apenas comió nada. La abuela había puesto mogollón de morcilla y no le gustaba. Y el arroz tampoco. Y aquel bizcocho estaba tan seco que le entraron nauseas. Se levantó mil veces de su asiento para fingir que iba al servicio, salía al patio a buscar cobertura, también para escapar de su abuela, que le había preguntado por enésima vez por cómo le iban los estudios.

Fue la tarde más larga de su vida.


ISABEL

Llevaba media hora conduciendo su furgoneta blanca. Hoy no llevaba las cajas de cosméticos de su trabajo: la había vaciado a conciencia para poder hacer la mudanza de una sola vez, para que su madre pudiera despedirse tranquilamente de su casa, después de tantos años.

Era la casa en la que ella se había criado, en la que había visto nacer y crecer a sus tres hermanas, en la que vio morir a su padre, Antonio, y en la que había visto como, desde entonces, su madre no volvió a ser quien era. Los últimos años habían sido los peores. Habían contratado a Candela, una chica de Ecuador para que cuidara de ella las veinticuatro horas del día. Pero, aunque ella era muy buena, no estaba preparada para cuidar a una persona con alzheimer y más en un estado tan avanzado.

Le dolía ver a su madre en aquel estado y, mientras más le dolía, más le intentaba hacer ver a sus hijas lo importante que era atesorar los momentos de lucidez que le quedaban, el procurarle sonrisas y miradas amables para ayudarle en este momento de olvido y desvanecimiento. Pero aquello era demasiado difícil de entender para una adolescente y una pequeña de cinco años.

Al llegar, cruzó aquella puerta con nostalgia, con el agridulce afecto que provoca el mirar atrás, el contemplar recuerdos en formas de fotos en blanco y negro, a través del sutil olor a butano de la cocina. Y el afecto se convirtió en amargo al ver a su madre, a la abuela María, con la mirada perdida... pero con un brillo de alegría que le anudó por dentro.

Sus hermanas estaban allí, se encontraban limpiando la vajilla que la abuela había colocado, cubierta de un extraño polvo negro.  Tuvieron que rebajar el arroz con agua para mitigar la excesiva sal. A veces, la pobre hablaba de personas que no estaban y se ponía nerviosa, de modo que pedían a las niñas que salieran a jugar al patio para no tener que verla así.

Más que una madre, María parecía una niña. Entonces Isabel miró sus manos, arrugadas, llenas de manchas por la edad y el sufrimiento. Tuvo miedo y quiso volver a ser pequeña, pero no se podía permitir ese lujo.

Sintió que el tiempo había pasado demasiado deprisa.

Diego Tomé Merchán

2 comentarios :

  1. Clap, clap, clap. Aún sin haber leido todas los relatos ya se que este será mi favorito. Me ha gustado mucho como has usado los personajes para diferenciar la manera subjetiva que transcurre el tiempo y el haber abordado un tema sensible de una manera tan triste y a la vez alegre y bonita.
    Mis únicas críticas son que la anciana podría haber usado alguna palabra en desuso propia de abuelillas, al igual que la nieta ha sido un poco mas "juvenil". Mi otro comentario es que podrías haber cambiado a la nieta por un nieto, el tema de 3 mujeres en diferentes etapas de su vida me resulta algo manido.

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  2. Consigues algo difícil, que es tratar un tema sensible y emotivo sin caer en el empalague ni tampoco caer en la distancia y la indiferencia. Así, conseguiste que empatizase con los tres personajes y sus distintas visiones de los mismos hechos, pese a que todo tiene un trasfondo de tristeza.

    Sin embargo, creo que le vendría bien algo más de trabajo en la ambientación. Construyes bien a los personajes y las acciones, y con la abuela si consigues transmitir bien la ambientación, la emoción que ella siente, etc. Las otras dos, sin embargo, están más centradas en lo que ocurre y cómo ocurre y piensan al respecto y se pierde un poco de la ambientación que le hubiera venido bien reforzar.

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