lunes, 1 de diciembre de 2014
Odisea
Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista
I)
Me despertaron los
rayos de luz en la alcoba, arañando el lecho que llevaba más de quince años
acunándome sola. Maldije a los dioses, como todos los días, cada mañana, al
realizar mis plegarias. Hera, dios madre, te maldigo por no haber cuidado a mi
marido; Apolo, protector de los aqueos, maldito seas por no haber protegido a
mi amor también después de la guerra. Dios de dioses, intercede por él ante ese
malvado Poseidón que a veces inunda Ítaca, que otras nos deja sin alimento largas
temporadas y que no tiene suficiente con alejar a mi vida de esta isla, de mí,
de su reino, de su hijo, cada vez mayor y más perdido.
Algunas veces perdía toda esperanza. Otras el parecido
entre Telémaco y su padre me hacía llorar de rabia, una rabia tan fuerte que
después, a solas, transformaba en constancia y en paciencia. ¿Qué otra cosa
podía haber hecho aparte de esperarlo? ¿Elegir un pretendiente y reinar
acompañada? Si Odiseo no volvía, prefería seguir sola y honrar su recuerdo a
entregarme a otra persona. No por él, no por nadie, sino por mí. Por mi vida,
por un ideal. Dudé de que fuera a volver algún día, pero jamás de que yo
quisiera verle volver. Por eso lo esperé, día tras día, noche tras noche. Lo
albergaba en mi corazón, lo mantenía vivo en mis pensamientos y, de vez en
cuando, lo alcanzaba en sueños. Hablaba con él, lo llamaba, le repetía lo que
nos habíamos jurado la noche antes de partir a Troya. Sentía que podía oírme,
que mi mensaje lo llevaba el viento. Afrodita, diosa del amor, protectora de
los griegos, guía a mi vida hasta su vida. No le dejes perderse.
Aparté
los hilos deshechos la noche anterior que se habían enredado en mis dedos al
dormir. Con la misma pericia acaricié mi cabello, deshice los rizos, me sumí en
el peplo que pesaba empapado por los años, y reuní la fuerza para enfrentar un
día más la realidad. Telémaco estaría ya despierto.
— ¿Va a volver, madre?
—Está volviendo,
Telémaco. Lo he soñado.
II)
Aquella mañana me
despertó una de mis recurrentes pesadillas. Podía sentir cómo mis hechizos se
deshacían, cómo Odiseo comenzaba a zozobrar por las noches en sueños. Cómo
hablaba de su Ítaca y hablaba con Penélope. Algo me decía que pronto me lo
arrebatarían, que pronto Zeus volvería a cumplir mi castigo milenario: un héroe
para enamorarme cada mil años, un héroe que después me debía ser arrebatado.
Odiseo había sido distinto. Creí que estaría conmigo para siempre. Pero el
destino empezaba a deshilar nuestros hilos, y sentía cómo nuestro lazo se
volvía etéreo. Lo podía notar cada vez que miraba el mar. No siempre recuerda con
palabras, a veces solo siente nostalgia, de la peor que se puede sentir, de la
que no sabe de dónde procede, pero ahí está: clavándose en el acerico de su
corazón, tejiendo telarañas en su mente, sumiéndole en la bruma del recuerdo
latente. No podría soportar que se fuera de mi lado, y aun así intuyo su
partida inminente. Lo sé por el aire, por el mar, por la brisa y el ruido de
las gaviotas esta fresca mañana. Algo en Odiseo está despertando mientras él
duerme a escasos centímetros de mí.
Yo puedo darle todo: riquezas, juventud eterna, la
inmortalidad. Cada vez que escudriño los rizos que se agolpaban en su frente
resuena en mi cabeza la misma pregunta desde hace años. ¿Por qué no la olvida?
¿Por qué no quiere a nuestros hijos como a su primogénito? ¿Qué tiene esa isla
que no tenga la mía? Ha sido capaz de olvidar a sus hombres, la guerra, el
honor, los dioses… pero nunca podrá olvidar a aquella que teje y desteje. No
importa que yo le haya ocultado su destino a Odiseo, no importa que yo no la
mencione: late en sus ojos. Y pronto latirá más fuerte, hasta hacer brotar su
recuerdo. Lo sé, son designios del Olimpo. Y debería resignarme.
III)
—He tenido un sueño, Calipso— fue lo
primero que alcancé a decir al despertar. —Otra vez otra vida, otra vez otro
hombre.— El rostro de mi esposa se ensombreció rápidamente. Sabía lo infeliz
que le hacía que le hablase de mis pesadillas, de los recuerdos que se
mezclaban con los de los últimos siete años con ella y me invadían el corazón y
la mente. “Penélope”. A veces me invadía ese nombre, como un suspiro del
viento, como un susurro entre amantes a media noche. Y una imagen difusa se le
asociaba en mi mente. Alguna vez, para aclarar mis ideas, huía por la playa de
Ogigia a estar solo, a descansar de la mirada inquisidora de Calipso y del
grito de los críos. Me permitía el lujo de imaginar, por un momento, que los
recuerdos que se agolpaban en mi mente eran reales. Que esa mujer realmente
existía, era reina de un país del mismo mar que yo estaba pisando, y que me
estaba esperando, con una paciencia infinita, un amor incansable, una esperanza
impertérrita. Esas ilusiones me llenaban el alma de una dicha secreta, que no
podía compartir con nadie: ni con mi esposa, ni con los amigos que había hecho en
la isla después del naufragio, pues sabía que ella se acabaría enterando y no
convenía sacar la furia celosa que albergaba.
Como
un coletazo sentí una certeza glacial. Mirando al mar, perdido entre las olas,
lo supe. Fue un recuerdo concreto, distinto de todos los demás. Penélope tejía
y destejía todas las noches la labor, en el patio de columnas con vistas a la
bahía Dexia. Recuerdo ese patio, y el repiqueteo de las agujas. Penélope es
real, y me está esperando.
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He de reconocer que me has pillado con uno de mis héroes favoritos de todos los tiempos, así que me has dado en la fibra sensible. Pero, aún así, la descripción de la distancia, las emociones y las personalidades de los tres me ha parecido excelente, realmente transmites las diferencias entre ellos y la tensión creciente ante el momento inevitable de cambio que se inicia: el viaje de regreso.
ResponderEliminarComo no tengo muchas críticas, la verdad, sólo una breve nota: Afrodita no es protectora de los griegos sino de los troyanos, de hecho lucha de su lado en la Iliada y es ella quien hace que Paris enamore a Helena y comience toda la guerra.