martes, 2 de diciembre de 2014
Musicallejero
Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista
Músico
Cualquiera podría decir que un
día como hoy sería un día perfecto para un músico callejero. Sábado. El sol de
calienta tímidamente las calles después de una semana de lluvia. La gente pasea
ociosa, fichando posibles regalos para Navidad. Con un poco de suerte, con unas
monedas sueltas en el bolsillo para soltar en la funda de un acordeón que suena
alegre, intentando llamar su atención.
No ha quedado demasiado de esa
suerte, de momento, porque la funda de mi acordeón sigue abierto como una boca
hambrienta, con unos pocos céntimos que relucen tristemente en el fondo.
Veo siluetas pasar delante de mí
sin detenerse. Cuando eso ocurre, suelo cerrar los ojos y concentrarme en el
ritmo de las pisadas, dejando que mis dedos hagan mecánicamente su trabajo
sobre las teclas ya gastadas del uso.
Unas figuras se paran frente a
mí, tapándome la luz del sol. Eso me molesta un poco, pero me daré por bien
pagado si dejan caer algo en la funda. Abro los ojos y un chico y una chica
están plantados ahí delante. Él, los ojos fijos en el acordeón. Ella, mirándolo
de reojo y arrebujándose en una chaqueta demasiado grande para ella. Bonita
estampa, sin duda, pero ninguno mete la mano en el bolsillo. Pruebo a hacer una pausa unos segundos más larga y a
volver a tocar con fuerza después, ya en los últimos compases, y lanzo una
sonrisa al chico que me mira casi sin pestañear. El chico me la devuelve, me
imagino que se ha sentido cómplice del juego, pero sigue sin soltar nada. Un
asco, pero el trabajo es el trabajo y no dejo que mi decepción desbarate la
sonrisa que tiene que acompañar al final de las canciones.
Dejo que las últimas notas suenen
despacio hasta apagarse y dejo el acordeón sobre las rodillas. Mi pequeño
público parece despertarse y se pone en movimiento perezosamente. El chico da
una cabezada en mi dirección (de agradecimiento, imagino) y echa a andar
arrastrando los pies. La chica da un tímido aplauso y lo sigue mansamente calle
abajo.
Echo un vistazo a la funda de mi
acordeón. 1€. 25 céntimos. Algo es algo. Menos da una piedra, incluso en una
mañana de sábado.
Julián
Ya son las 12 y diez. Vamos 10
minutos tarde y aún no hemos llegado. El resto estará que trina. Si Marta no
andara tan despacio… pero claro, ¿cómo va a hacerlo con esos tacones que se ha
puesto? ¿A quién se le ocurre? Dice que qué se va a poner si no con un vestido.
Pues cualquier cosa que no la haga tiritar. Pero no. Se ha puesto un vestido,
se ha quedado helada y le he tenido que dejar mi chaqueta, aunque le quede
gigantesca. Al final la pinta que tiene me hace reír y se me
olvida que vamos tarde.
Escucho sonar un acordeón y me
quedo clavado en el sitio. Suena la vie
en rose, una de las canciones más interpretadas… y siempre me parece preciosa
como el primer día. Empiezo a seguir el ritmo con el pie derecho, y mis
pensamientos vuelan lejos. Recuerdo el día que Elena me contó la historia de
Edith Piaf, una de las más tristes que se han inventado, pero en sus labios
sonaba como una de esas tragedias que convierten a sus protagonistas en
leyendas. Casi todo lo que pasaba por sus labios sonaba así. Pero bueno, eso
fue antes de que decidiera largarse con ese gilipollas de las rastas. Seguro
que con él no escucha la vie en rose.
El acordeonista hace una pausa y
me sonríe. Parece que ha adivinado mis pensamientos. Un segundo más de
inmovilidad y hace sonar el final de la canción dulce, con un sabor que
recuerdo demasiado bien. Todo esto empieza a doler demasiado, así que dirijo
una cabezada agradecida al acordeonista (siempre he pensado que ellos agradecen
mucho más tener un público atento a que les lancen unas frías monedas por
compasión)y echo a andar sin mirar atrás. Es tarde, después de todo.
Marta
Quién me mandaría ponerme estos
tacones. Tengo que maniobrar con cuidado, estirando las piernas como estuve
practicando con las chicas, pero no es tan fácil sobre los adoquines. Aunque ha
valido la pena ponerme el vestidito y pasar un poco de frío, porque Julián se
ha ofrecido a dejarme la chaqueta. Huele increíble.
Voy caminando a su lado
intentando no quedarme atrás, y suspiro de alivio cuando lo veo pararse delante
de un músico callejero. Toca un acordeón viejo, pero Julián parece que se ha
quedado hipnotizado. Conozco esa mirada, se ha ido muy lejos, con la música.
Observo cómo sigue el ritmo con el pie. Perfectamente acompasado. Seguro que
también baila divinamente. Pero cualquiera sabe cómo se baila esto.
Antes de que me dé cuenta la
canción ha acabado. Ha habido un cruce de sonrisas entre Julián y el
acordeonista y voy a ponerme a aplaudir. Pero espera, la canción no ha acabado.
Escondo las manos en las mangas rezando porque nadie me haya visto. Las últimas
notas suenan alegremente y el músico se pone el acordeón en las rodillas. Ahora
sí que se ha acabado. Aplaudo suavemente mientras Julián asiente en dirección al
acordeonista y empieza a andar de nuevo. Más me vale apretar el paso si no
quiero quedarme atrás.
Ainara
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Me gusta la escena cotidiana, digna del día a día. Seguro que una historia parecida a esta ocurre cualquier sábado en Sol o en cualquier otra plaza céntrica, con personajes similares en situaciones y pensamientos similares.
ResponderEliminarSin embargo, en gran medida, me temo que los personajes no me han convencido. A diferencia de tu relato anterior, que realmente construye unos personajes muy detallados y creíbles, estos en el fondo están bien creados pero me dieron la sensación de que no tienen nada que decir.