martes, 2 de diciembre de 2014

Planeta desconocido

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Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista

La capitana Zarha’ila miró con desprecio a su subordinado. En la cubierta de mando tan sólo se escuchaban algunos pitidos de la maquinaria espacial y la tos nerviosa del segundo de abordo. ¿Cómo osaba hablarle así a una superior? Se acercó con sus ocho patas arácnidas al pequeño sargento rebelde, que la miraba con sus ojos vidriados y rojizos. De un golpe con sus patas delanteras le arrancó la cabeza y se la comió.

— ¡Que esto sirva de lección a quien quiera discutir mis métodos! ¡Volaremos ese planeta infecto por los aires y libraremos al universo de una raza tan débil como los humanos!

Avanzó hacia la cubierta chasqueando sus mandíbulas y miró por la enorme ventana frente a la consola de mandos. El planeta verde y azul que se extendía ante ella le producía arcadas. ¿Cómo podían existir seres tan débiles en su misma galaxia? No servían ni para criarlos y comerlos, ya que su carne estaba repleta de químicos y fármacos.

Un subordinado chasqueó la mandíbula, interpelándola:

— Mi capitana, la reclaman en máxima seguridad.

— Ah, ya… — dijo ella plácidamente— El “invitado”.

Junto a otros tres arácnidos entrenados para servir, recorrió los amplios pasillos de la nave espacial y llegó hasta el prisionero.

Allí estaba, con la ropa hecha jirones y la blanda carne atravesada de cicatrices recientes. Su piel de ébano contrastaba con el blanco de sus dientes, que a Zarha’ila le parecían increíblemente inútiles. Al verla entrar, seguramente al reconocer su elevado rango, intentó liberarse de las cadenas moviendo rítmicamente el cuerpo, pero no lo consiguió, y acabó jadeando con la cabeza mirando hacia el suelo, mientras la capitana se acercaba.

— Visto que no has querido responder a nuestras preguntas, hemos considerado destruir tu planeta. Sois una raza débil y pronto el universo recuperará vuestra pérdida. Con suerte del polvo que quede pueda surgir una raza de invertebrados que realmente pueda hacernos competencia.

El humano empezó a gritar, aullando como el sucio animal que era, sin que la capitana pudiera sacar algo en claro. Miró al tercero de abordo, que había estado con el prisionero todo el día y hacía las veces de traductor. Él negó con la cabeza.

— No dice nada coherente, mi capitana.

La capitana se acercó furiosa al humano, con sus mandíbulas muy cerca del cuello de éste. ¿Qué tipo de bestia podía construir una nave espacial sin comunicarse como las personas? Los vertebrados la ponían enferma, y más aún los primates.

— Pues verá arder su planeta.

Los chillidos del humano volvieron a inundar la sala, y la capitana hizo que el tercero de abordo lo callara, antes de irse con prisas de ahí.

Volvió a la sala de mandos y echó un vistazo a la tripulación, retándola a que volviera a juzgar sus métodos.

— ¿Alguien quiere volver a oponerse a esta decisión? – dijo con malicia mientras ponía una pata en el botón que activaba las armas a distancia.

Nadie se atrevió a hablar. Los soldados arácnidos que había allí temblaban, inmóviles entorno a la consola de mandos. La capitana, llena de orgullo y seguridad, retorció su pata y terminó de accionar el sistema de disparo.

— ¡Fuego! – miró a la técnica de disparos, que se encontraba inmóvil, mirándola.— ¡Fuego he dicho!

Y sin volver a decir nada, apartó a la técnica de un empujón y apretó el botón de disparo. Las cabezas de ojos vidriosos y rojos se volvieron hacia la ventana, donde pudieron ver cómo el planeta se hacía mil pedazos.

La capitana respiraba con dificultad de la emoción, acababa de terminar con la vida en un planeta, un planeta que ya no servía, que era escoria. De pronto, sintió algo a su espalda. La técnica le estaba mordiendo el cuello por detrás.

— ¿Qué? ¿Qué es esto? ¿Qué pasa aquí?

El resto de la tripulación se fue acercando, chasqueando violentamente las mandíbulas, rodeándola hasta que se lanzaron sobre ella. La capitana gritó agónicamente mientras su tripulación la despedazaba con furia.


El sargento Hux’biek se pasaba los días en máxima seguridad. A su capitana le encantaba llamarle “el tercero de abordo”, pero eso a él le daba arcadas. Estaba harto de sus métodos, y de su prepotencia. Que fuera capitana no significaba que tuviera que comportarse como una arácnida reina.

Toda la tripulación pensaba lo mismo, pero eran unos cobardes, incapaces de valerse por sí mismos. Por eso le gustaba estar en máxima seguridad, ahí él era el rey,  nada ni nadie tenía por qué decirle cómo hacer su trabajo.

La situación se había agravado cuando llegó la criatura humana. La habían raptado de una nave que se dirigía hacia ellos y llevaban una semana torturándole gratuitamente. ¿Por qué gratuitamente? Porque el humano no podía más que emitir gruñidos y aullidos incomprensibles, y las preguntas que le hacía Hux’biek no iban a llegar de ninguna forma a su corto entendimiento.

Le torturaban por orden de la capitana. Ella creía firmemente que se podían comunicar con él, y el sargento no opuso resistencia a esa teoría: hizo la dramatización de una traducción improvisada, diciéndole a la capitana lo que ella esperaba escuchar.

Hux’biek, sabiendo que todo lo que le decía a la capitana era falso y llevaría a un gran error, estaba contento. La capitana en su ceguera orgullosa, no había caído en la inconsistencia de las teorías que no hacía más que elucubrar sobre el origen del humano. Quien quiera que le llevara la contraria era devorado, así que la tripulación le había dado la razón… hasta ahora.

Cuando la capitana salió de máxima seguridad por última vez, Hux’biek miró al humano con algo parecido a la compasión. Compadecía a esa pobre criatura de haberse visto envuelta en un entramado que no tenía que ver con ella, sino con la dirección de una nave que estaba corrupta.

La criatura sabía la verdad, pero también la sabía Hux’biek, incluso el resto de la tripulación, pero nadie era capaz de decírselo a la capitana. El sargento, allá abajo, guardaba silencio sabiendo que pronto esa situación se volvería contra ella.




John Smith era el antiguo capitán del “Star Finder”  o SF como lo llamaban en la Tierra. Había estado meses en criogenización  dentro de esa nave espacial, esperando a su destino, y un impacto lo había hecho salir del coma inducido. Desafortunadamente el resto de su plantilla no lo había conseguido.

Consiguió la suficiente consciencia como para darse cuenta de que el impacto que había derribado su nave había sido un proyectil,  y que la SF estaba siendo jalada por una nave mucho mayor. Cuando esas enormes arañas de ojos color sangre y mandíbulas afiladas entraron en su nave destrozándolo todo, creyó estar soñando: una mala pesadilla. Pero tras una semana de tortura en la que había recibido más latigazos de los que su piel podía soportar, tenía claro que ese infierno era real.

Las arañas emitían sonidos guturales dirigiéndose a él mientras le torturaban, señalando con sus patas un pequeño planeta verde y azul que a John le recordaba a algo.

— ¡No sé qué queréis! ¡Llevo meses inconsciente, no sé qué podéis querer de mí! – gritaba incapaz de contener las lágrimas de frustración.

Con el paso de los días, el planeta que le enseñaban iba cobrando cada vez más sentido, y con horror descubrió lo que era. Gritó cada vez más fuerte, pero era inútil, las arañas parecían no entender sus gritos, y eso les volvía furiosas y agresivas, como podían corroborar las cicatrices de John.

El último día, en el que la araña más grande de todas apareció por la puerta, John gritó todo lo que pudo, con la esperanza de que entendieran su situación.

— ¡Tan sólo soy un explorador! ¡He venido en son de paz! ¡Desde la Tierra vimos ese planeta que me enseñáis continuamente y enviamos a un equipo a saludar a las formas de vida que pudiera haber!

La araña enorme se le acercó, y sus mandíbulas rozaron la piel del cuello de John, lo que lo hizo callarse. Cuando se alejó, volvió a gritar:

— ¡Sé que es uno de vuestros planetas! ¡Vimos muchos signos de vida invertebrada desde nuestros escáneres! ¿¡Qué más queréis de mí!? ¿¡Qué más queréis!?


Un golpe de Hux’biek lo dejó inconsciente mientras la capitana Zarha’ila subía a destruir, ciega de prepotencia, el planeta natal de una parte de la tripulación.

Montag

1 comentario :

  1. Me temo que este relato no me ha convencido nada, especialmente con el giro final que lo hace completamente irreal. Si tenemos en cuenta que es una especie lo suficientemente avanzada como para construir naves espaciales con capacidad de viaje estelar y capacidad de asentarse más allá de su sistema solar (el planeta de una parte de la tripulación señala que hay más planetas), realmente no se entiende como puede llegar al mismo sin ningún mapa que lo identifique como uno de los suyos ni que ninguno de sus subordinados se lo diga con suficiente respeto o lo que sea que hiciese falta.

    Pero más allá de que la trama no se sostiene, me temo que los personajes tampoco están demasiado claros. El humano si, también es el más sencillo, pero tiene una personalidad clara y de una lógica comprensible y razonable, suficiente como para que empaticemos un poco con él (aunque su parte es la más corta, así que tampoco da tiempo). El tercero quiere la sustitución, okay, pero poco más sabemos de él salvo que entiende la lógica de lo que ocurre y le da igual. La capitana está muy cabreada y es muy prepotente... pero, ¿por qué? Crear mentes alienígenas es muy complicado, lo reconozco, requiere crear capacidades de razonamiento diferentes y que queden bien en la historia, pero en este caso creo que no se ha conseguido porque ni resultan lo suficientemente alienígenas como para decirse que son incomprensibles (a lo Solaris), ni están lo adecuadamente comprensibles como para que las entendamos. Al menos yo.

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