domingo, 16 de noviembre de 2014
El chico del gorro azul
Práctica 2; Mal de la hoja en blanco. Palabras aleatorias.
No dejaba de vigilar mi mountain bike a
través de la cristalera del local. Me ponía nervioso
haber tenido que dejarla en la
calle, así sin candado ni nada, por culpa de aquel imprevisto.
– ¿No tienes calor con ese gorro?
Me quité el gorro azul, regalo de la
infancia, y lo dejé descuidadamente sobre la mesa, al
lado del café. Ni siquiera me había
dado cuenta de que aún lo llevaba puesto. Ella lo miró y sonrió.
Quizás le pareciera ridículo.
No estaba acostumbrado a hablar con
mujeres: mis escasos ligoteos habían sido puntuales y
fruto de alguna extraña vuelta de
las ruedas de la fortuna. Si a esto le sumamos que el rostro de
aquella extraña que parecía
conocerme era realmente agradable, que yo sabía que me sonaba de
algo pero no de qué, y que en
ningún momento le había hecho partícipe de mi confusión, entonces
el resultado era estar secuestrado
con ella en un café, con las manos sudorosas y un tic en la pierna
izquierda.
– Bueno, cuéntame, ¿qué ha sido
de ti?
Le informé brevemente de los
intrascendentes devenires de mi vida y le devolví la pregunta.
No recuerdo absolutamente nada de
lo que dijo.
Debió de darse cuenta, en algún punto,
de que no la estaba escuchando, porque me dirigió
una mirada negra y asesina que fue
como un disparo, directita a mis nervios.
– ¿Qué te pasa?
– No, nada.
– ¿No sabes quién soy, verdad?
Eso hizo que consiguiera olvidarme de
la mountain bike. Aquella situación era peor, para mí,
que estrellarme con ella cuesta
abajo por el monte Urgull.
– Emm... Mira, no. Lo siento. Me ha dado vergüenza decirte que no antes,
cuando me has
parado por la calle. Lo siento, estoy
seguro de que si me das una pista todo volverá de
golpe...
No sonó muy convincente.
La chica sonrió, pero no fue una
sonrisa amable, sino demoníaca. Guau, qué carácter.
– Soy la que te regaló el disco de La Oreja de Van Gogh.
Parpadeé. No sabía ni que ese grupo
existía.
– Mira, creo que tú también te estás equivocando. Yo escucho punk,
¿vale? No sé de qué disco
me hablas. ¿No puede ser que me hayas
confundido?
La rubia se inclinó un poco sobre la
mesa, haciéndome sentir aún más intimidado. Tenía una
nariz pequeña y adorable y un
escote bastante sugerente. Algo empezó a llamar a la puerta de mi
memoria muy tímidamente.
Demasiado tarde, porque su sonrisa
terminó de esfumarse, sus ojos lanzaron otro destello y
su semblante se endureció.
– Soy Paula. Paula Gil.
Ese nombre sí que lo recordaba, muy
claramente. Llevaba grabado en mi alma desde que
tenía catorce años, cuando aquella
criatura bajita y menuda se había ganado toda mi adoración con
solo un par de sonrisas tiradas desde
el pupitre de delante.
Yo por aquel entonces había sido un
niño regordete, más vergonzoso aún que en aquel
momento. No me atreví a ir detrás
de Paula Gil y mi cortejo se limitó a bailar un par de pasos con
ella cuando me la encontré en una
sesión light de la discoteca del pueblo. Que conste que, para la
edad, era una gran proeza.
Pero mis pies habían actuado de una
manera tan torpe que ese suceso se había enterrado en
lo más profundo de mi inconsciente,
para evitar el trauma. No lo habría encontrado ni Freud.
Un año después, Paula Gil se mudó y
trajo pequeños regalos de despedida para todos los
compañeros de clase. A mí me regaló
un insulso disco de un grupo que no conocía, excusa que tomé para volver a casa
completamente despechado.
Durante años la recordé como mi
pequeño amor platónico y la evoqué en constantes
fantasías en las que ella volvía al
pueblo llorando y suplicando por mi presencia. En las fantasías,
yo no estaba tan regordete. Cuando
se hizo evidente que eso no iba a ocurrir jamás, asumí mi papel
de perdedor y calzonazos y me
dediqué extensamente a la autocompasión.
Se había teñido el pelo de rubio,
llevaba tacones y distaba cinco años de la Paula Gil de mi
imaginación. Por eso no la había
reconocido. Sí, mi mente quería creer que la habría reconocido en
cualquier parte. ¿Pero no es,
acaso, más meritorio que cada letra de su nombre hubiera dejado su
marca de fuego en mi espantosa
memoria?
El shock debía de traslucirse en mi
expresión, pero Paula no tuvo piedad. Con una risa
amarga, se levantó, y por toda
despedida, me dijo:
– Ni siquiera escuchaste el disco.
Al salir de la cafetería del pueblo,
me habría importado un bledo que la bicicleta no siguiera
allí, pero allí seguía. Pedaleé
como nunca lo había hecho en mi vida y llegué a casa lo más pronto
posible, anhelando esconderme en el
desván hasta poder encontrar el puto saco de basura donde
había guardado todas las cosas que
no me servían para nada pero que, íntegras y casi nuevas, no
había querido tirar.
Después de dos horas de angustia, lo
metí con dedos temblorosos en el ordenador y me
dispuse a escuchar catorce
canciones de pop de los años noventa. Mi pulso se calmó, y mi mente
también. Era por cuestiones de
salud. Me iba a llevar un rato.
Pasé aquel tiempo justificándome a mí
mismo. Yo era un pobre chaval al que no paraban de
dar calabazas y que no se comía
una, ¿cómo demonios iba a estar preparado para encontrarme con
Paula Gil volviendo de montar en
bici?
Unos versos interrumpieron mis
cavilaciones.
“Del melocotón se inventó una
historia el sol
para darle a tus mejillas su color.
Fue la juventud, la que con su
gorro azul,
te llevaba en bicicleta por el
monte Urgull.”
Por si aquello no era lo
suficientemente dilucidario, la canción continuó sin piedad:
“Hoy te vuelvo a ver,
tú sigues siendo el recuerdo aquel
que una vez
bailó conmigo un rato y se fue...”
Claro, yo era el pobre chaval al que
no paraban de calabazas y que no se comía una. Por gilipollas.
Julia Concepción Gutiérrez
Palabras usadas: MELOCOTÓN, DISPARO, RECUERDO, ORDENADOR, CONVINCENTE.
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La narración me resulta un poco confusa. No deja de llamarme la atención que no sea capaz de escuchar la respuesta de la chica cuando desesperadamente trata de recordarla, alguna pista podría haber sacado
ResponderEliminarPero por otro lado me ha gustado mucho la canción y me gusta lo bien que encaja con la historia y el ejercicio.
Como a Jarl comentó antes, me encanta lo bien introducida que está la canción en la historia, hasta el punto de que en buena medida el relato es como si fuera una posible continuación de la canción. Además, las cinco palabras usadas se introducen en el texto con suavidad, sin llamar la atención y sin sonar forzadas en ningún momento, de modo que la historia fluye con una gran naturalidad con la que es difícil no esbozar una sonrisa, especialmente ante los recuerdos del joven.
ResponderEliminarComo crítica, creo que hay muchos puntos que restan algo de verosimilitud importante a la historia. Jarl ya comentó el hecho de que ni oiga la respuesta, algo poco creíble si está intentando encajar las piezas del puzzle. En igual medida está que no reconozca ni de lejos a la chica de la que estuvo enamorado tanto tiempo (la voz no cambia tanto en cinco años, por ejemplo, ni los gestos característicos) o que no escuchase el disco que su amor le ha regalado.
Pero, aún con todas esas ruturas de credibilidad, realmente consigues que la historia se sienta humana y cotidiana, que nos involucremos en lo que está pasando y el por qué, así como en la historia tierna del pasado que no se cumple como debería en el presente.
Gracias por vuestras críticas sobre la verosimilitud, tenéis toda la razón. En cualquier caso, me alegro de que la canción y los recuerdos del relato hayan conseguido haceros sentir algo, ¡un saludo!
ResponderEliminarMe ha parecido una historia increíble. Y respecto a la verosimilitud en cuestión a que no reconoce a la chica; por experiencia personal a veces idealizamos tanto el recuerdo de una persona que se difumina su verdadera apariencia y solo nos quedamos con la esencia de lo que significaba para nosotros.
ResponderEliminarMe siento bastante identificado con varios aspectos de este relato.
Gracias, Anónimo, me motiva haberte hecho un sitio en mis ficciones ;)
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