domingo, 30 de noviembre de 2014
Uranio-235
Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista
Primera parte.
Como un heraldo de estaño, la
campana de la puerta anunció el retorno del hijo prójimo en una época tan
similar al fin de los tiempos como era la Segunda Guerra Mundial. Una lluvia
intensa golpeaba el tejado de la casa de Neils Bohr en Copenhague aquella noche
del año 1941. No había nadie en la calle en aquel momento, como tampoco la
había habido en toda la tarde, ni a lo largo de muchas otras tardes durante
aquel último año, y solo un hombre se había atrevido a cruzarla a esas horas,
montado en un coche del ejército alemán.
Margrethe se apresuró a asomarse
por una de las ventanas de la casa, recelosa de las visitas inesperadas a esas
horas de la noche; cada mes que pasaba la tensión iba aumentando poco a poco en
Dinamarca desde la capitulación del gobierno del país ante Hitler, y aunque las
cosas no iban en principio tan mal como en otros países, sabía que algún día
sería el ejército alemán el que llamase a su puerta. Cuando vio aquel coche
parado frente a su casa, su corazón se detuvo durante un instante, dejándola
completamente inmóvil. Neils, su marido esperaba en el salón, fingiendo cierta
tranquilidad tras una hoja de periódico, como hacía todas las tardes.
-¿Quién es, Margrethe?-la
preguntó, pero ella no respondió, y se dirigió a la puerta para abrir al recién
llegado.
Era un hombre, solo un hombre,
tapado por una gabardina y un sombrero completamente empapados, con las manos
en los bolsillos, resoplando por el frío. Al principio no le reconoció, y su
presencia la causó un profundo miedo. No vestía de militar, lo cual era
extraño, viniendo en un coche del ejército, por lo que quizá fuese un agente
del gobierno alemán, lo que sería casi peor que si fuese realmente del
ejército. El hombre no la dijo nada mientras le miraba fijamente, y finalmente
cayó en la cuenta de quién era.
Un rostro familiar, un fantasma
del pasado que lejos de quedar atrás había traicionado su confianza y su
recuerdo.
-¿Qué haces tú aquí?-preguntó
Margrethe, fría como un témpano por fuera, pero ansiando que aquella indeseada
visita se fuese de aquel lugar tan rápido como fuese posible.
-Vengo a ver a tu marido, Margrethe.-dijo
él con igual frialdad, mirándola directamente a los ojos con
determinación.-¿Puedo pasar?
<<No.>>
-Sí, pasa.-dijo ella abriéndole
la puerta del todo.
Heisemberg entró, y fue
directamente al salón guiado por Margrethe, que esperaba que su marido actuase
con más calma que la que estaba demostrando ella, pero no fue así. Bohr se
levantó sobresaltado ante aquella sorpresa tan desagradable.
-Tú no tienes que estar
aquí.-dijo con enfado, dejando caer el periódico al suelo.
-Sabías que vendría.-respondió
Heisenberg, mostrando también cierta tensión.
Magrethe se resignó, sabía que no
podría hacer nada en aquel momento.
-¿Café?
Segunda parte.
Werner Heisenberg había pecado de
osadía cuando aceptó trabajar como cerebro del ejército alemán en uno de los
proyectos más importantes en el desarrollo de la técnica, y él lo sabía
perfectamente. En un alarde de egolatría, había creído que podría construir él
solo algo que ni siquiera todos los científicos que trabajaban en aquel momento
para los americanos habían conseguido por el momento: la construcción de la
bomba de fisión nuclear, el arma definitiva que señalaría quién ganaría la
guerra y quién sería arrasado por completo. La decisión no había sido fácil, y
sabía que si llegaba a conquistar su objetivo, el mundo no volvería a ser el
mismo, y Hitler la utilizaría para arrasar y conquistar tanto como quisiera sin
que nadie pudiese pararle, pero, ¿y si no lo conseguía? Si fallaba, y el
ejército aliado entraba en Alemania, sería ésta la arrasada por completo, y si
bien la primera opción le resultaba terrible, la segunda le parecía más
terrible aún. En el último siglo, Alemania había perdido ya una terrible
guerra, y cualquier muestra de orgullo había sido reprimida con dureza.
Se sentó, aún inquieto, en la
butaca que su antiguo maestro le ofrecía, dejando a un lado el maletín que
traía consigo.
-¿Qué te trae por aquí?-le
preguntó un Neils Bohr que trataba de serenarse. Su rostro reflejaba una
acumulada preocupación.
-¿No lo intuyes?
-No es una visita formal.
Siquiera cuando supe que estabas en Copenhague supuse que vendrías a verme.
Heisenberg se movió en la butaca
nervioso.
-Necesito tu ayuda, Neils.-confesó.
Bohr le miró fijamente sin decir
nada durante un rato, cómo si tratase de estudiarle desde el sofá que tenía
enfrente, con expresión severa.
-¿Ayuda?¿Para quién?¿Para ti o
para Hitler?-preguntó al fin.
-Para Europa, para Alemania. Todo
el mundo se ha vuelto en nuestra contra, otra vez.
-Alemania se ha convertido en un
monstruo.-dijo Bohr alzando la voz.-Una abominación.
-Es el resto del mundo quién la
hizo así. Durante diez años han estado reprimiendo cualquier tipo de iniciativa
nacida en Alemania, y robándonos territorios que nos pertenecen por
derecho.-respondió Heisenberg con el mismo nerviosismo que su maestro.-¿Soy
culpable de querer que las cosas vuelvan a ser como siempre fueron?
-No soy alemán.
-Lo sé.
Un incómodo silencio se produjo
en la habitación. Entre los dos reinaba un profundo respeto y una profunda
admiración, pero en los últimos años el respeto y la admiración parecían ser
cosas no demasiado valiosas. Magrethe entró con una bandeja con dos tazas, y
les sirvió a cada uno una taza de café que dejó sobre la mesa que tenían en
medio. Ninguno de los dos llegó a probar un sorbo en toda la noche. Nadie dijo
nada tampoco en lo que la mujer estuvo allí, ni tampoco en un rato largo
después.
-¿Para qué quieres mi
ayuda?-preguntó finalmente Bohr tomando la iniciátiva. En ese momento,
Heisenberg echó mano de su maletín, en el cual rebuscó entre un montón de
folios hasta sacar un montón de bocetos que le pasó a Bohr. Éste los ojeó
rápidamente.-¿Qué es esto?
-El nuevo arma de Alemania, una
bomba basada en la energía liberada por la fisión del núcleo de átomos de
uranio.-anunció Heisenberg, no sin cierto orgullo.
-¡La bomba atómica!-exclamó
Bohr.- ¿Es eso?¿Cómo has podido aceptar trabajar en algo tan terrible?
-¡Por Alemania!
-¿Cuándo pensaste que iba a ayudarte
en construir algo tan terrible para los nazis, Werner?¿Cuándo?
Heisenberg se puso en pie de
golpe, recogiendo los bocetos que su maestro le pasaba con cierta ira.
-Sé que tienes contactos fuera,
en Inglaterra y en América. Los necesito, Niels, no puedo construir la bomba yo
solo.-exclamó, levantando más la voz que lo que recomendaría la prudencia en
aquella situación.-No puedo.
-Nunca te ayudaré en un proyecto
como ese, y me aterroriza que vayas a ser tú quién lo lleve a cabo. Fuiste una
gran promesa, lo supe desde el día que te conocí. Creí que llevarías la física
a lo más alto, no que la utilizarías para convertirte en un genocida.
Tercera parte:
La preocupación había ido poco a
poco haciendo estragos en Bohr desde que comenzó la guerra. Hacía menos de diez
años, Copenhague se había convertido en el centro de la nueva ciencia, la
física de los cuantos y de los átomos, y allí se habían reunido las mayores
mentes para crear uno de los mayores logros del pensamiento, la Interpretación
de Copenhague. Ahora era una ciudad sombría y aterrorizada de sufrir un destino
como el que sufrieron Austria o Bélgica, y todas aquellas teorías habían sido
tachadas de “judaizantes”. Había pensado en escapar, en abandonar aquel país en
cuanto le fuese posible, y ya tenía trazado un plan para huir en el caso de que
fuese necesario. Pero no quería dejarlo todo atrás, allí estaba todo lo que
había construido, y no quería renunciar a ello si no era completamente
necesario.
-Los nazis entraron en mi
laboratorio.-dijo dejándose caer pesadamente sobre el sofá, recuperando la
calma. Gritando solo empeoraría la situación.-No sé qué habrá sido de él, no he
vuelto a ir desde entonces. Tuve que escondes la medalla del premio Nobel allí,
junto a la de unos amigos, para que no la encontrasen. ¿Sabes qué tuve que
hacer? Disolverlas completamente en ácido y dejarlas en botellas sin
identificar; quizá algún día pueda recuperarlas, no lo sé, quizá se hayan
perdido para siempre.
-Lo lamento profundamente.-dijo
Heisenberg sentándose también.
-Eso es la nueva Alemania,
Werner. Eso es lo que significa, destruir por destruir. Vete si quieres y
destruye todo lo que quieras con tu bomba, pero nunca seré cómplice tuyo, ni de
Hitler.
Heisenberg se levantó sin decir
nada y guardo todas las hojas que había sacado de nuevo en el maletín,
dispuesto a marcharse.
-¿Qué opción me quedaba, Neils?
-La dignidad, Werner, y el amor
por nuestro trabajo y nuestra disciplina. Vete, no quiero saber más de ti
nunca.
Ambos trataron de mantener las
formas, aún conscientes de la severidad de las palabras que intercambiaban. En
otro tiempo habían sido casi como un padre y un hijo. Con un gran esfuerzo por
mantener la dignidad, Heisenberg habló una última vez.
-¿Qué debo hacer?-preguntó.
-Lo sabes bien.
Abandonó la casa y se montó en el
coche que le esperaba a la salida para desaparecer de aquel lugar tan rápido
como le fue posible. Las cartas entre el uno y el otro cesaron desde aquel
momento, y no volvieron a recuperar el contacto en ningún momento.
La lluvia parecía no tener fin
sobre el tejado de la casa de Neils Bohr en Copenhague.
Elllolol
Related Posts
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
Me parece que haces un tremendo trabajo de ambientación: la opresión del régimen nazi, las calles desiertas, la lluvia, la tensión y el miedo, las emociones a flor de piel... El retrato que construyes es nítido, creíble, duro y apasionante, y es inevitable no verse atraido a su interior y ver su duro desarrollo, con las miles de imágenes de la Guerra Mundial danzando en nuestra imaginación. Y jugando todo ello con el guiño al futuro, con las armas nucleares americanas, con el desarrollo o caída del régimen nazi.
ResponderEliminarComo crítica, creo que fallas ligeramente a la hora de conseguir cumplir el objetivo del ejercicio. Las personalidades de los dos científicos están claras, sus conflictos, ideales, posiciones... pero no así la de la esposa. Esta apenas aporta nada a la historia, y tiene apenas unas pinceladas en forma de cierto miedo para detallar su personalidad. Y, en este ejercicio, se trataba de crear tres personajes.
Gracias por la crítica. Me veo moralmente obligado a decir, en defensa de Heisenberg, que si bien trabajó en como cerebro en el plan nuclear alemán, existen indicios de que no llegó a desarrollar la bomba atómica porque no quiso hacerlo realmente. No se sabe qué ocurrió con precisión, así que me he concedido un par de licencias históricas.
ResponderEliminar