domingo, 30 de noviembre de 2014

Un hombre sin amada, un capitán sin tesoro y un cuento sin princesa.

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Practica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista

– ¡Más rápido!
Sentí el frío filo del machete apoyarse amenazador contra mi espalda. Avancé por la pasarela hasta que ya no hubo más madera, y contemplé largamente el rugido amenazador de las olas. Estaba decidida a tirarme, pero mis pies no respondían.
– ¡Vamos!
Un humillante gimoteo escapó por mi garganta. ¿Por qué no lo hacía? Al fin y al cabo, sería lo mejor. Tenía que hacerlo antes de que Rick apareciera e intentara salvarme aun a costa de su propia vida.
Eso es lo que hacía siempre.
Miré las olas negras como la pólvora y me convencí a mí misma de que eran las mismas sábanas con que mi doncella me arropaba de pequeña. Me imaginé el aliento salado del mar como la brisa marina que entraba en las noches de verano cuando abría la ventana. Cerré los ojos y me preparé para sumergirme en ese placentero abrazo de la muerte.
Uno de mis pies descalzos ya se aventuraba al vacío, como una pequeña pieza blanca asomando entre la tempestad, cuando una mano se enroscó en mi pelo y me sujetó violentamente.
– Mira a quién tenemos ahí.- murmuró un pirata junto a mi oreja.
La proa de una enorme nave se perfiló entre las brumas lejanas como si se tratara de un fantasma. Hicieron falta apenas unos segundos más para que la bandera con el escudo de mi reino se distinguiera en lo más alto del mástil.
Ya estaban ahí.
Con un grito, intenté zafarme de mi captor, revolviéndome y saltando sobre la pasarela, que osciló. Sin embargo, maniatada como estaba, solo conseguí hacerle perder el equilibrio, y ambos caímos, abrazados. El pirata fue lo suficientemente diestro como para agarrarse a los bordes de la pasarela, antes de que nos resbalásemos y cayésemos al mar. El golpe no lo había atontado, pero...
– ¡Ay! - se quejó.
Aproveché para patalear, buscando su punto débil, pero no acerté a dar ningún golpe consistente. El pirata me llamó ramera y me golpeó en mitad de la frente, estampándome el cráneo contra la pasarela.
Las nubes tormentosas chisporrotearon en cientos de lucecitas blancas que eran solo un producto de mi mente. Sentí que me mareaba y que perdía las fuerzas.
– ¡No tan rápido, debilucha! Te quedarás aquí hasta que tu amorcito pueda verte morir.
Volví la cara, rehuyendo su aliento pestilente, y lloré. Tenía que haberme tirado. Debí haberlo hecho en su momento. Por mi culpa, habría un derramamiento de sangre.
Sí, yo era la princesa de los cuentos a la que siempre tenía que rescatar alguien. La que solo sabía llorar y patalear, la que no tenía fuerzas para levantar un mosquetón, la que no hacía nada para peinarse.
Deseé que la pasarela y mi espalda se rompieran al mismo tiempo. Deseé que el ojo negro de la tormenta que nos sacudía me aplastase con sus huracanes. Deseé que una bala envenenada me atravesara de arriba a abajo, y luego otra vez.
“La próxima vez seré valiente, me lo prometo. Me tiraré.”
***
Oteé en el vendaval y no encontré nada.
– ¡Más rápido, maldita sea!
Agotar a mis hombres no era la solución, y yo lo sabía. Pero mi corazón me decía que Jane debía de estar allí, en alguna parte, y tenía que salvarla.
– ¡Capitán Rick!
Me volví. Ver a mi comodoro tiritando y calado hasta los huesos me removió la conciencia. Descuidé el timón por un momento.
– ¡Es la tormenta, capitán! ¡Está encantada!
Llevábamos casi dos días envueltos en aquellas nubes negras. La humedad había penetrado en aquel cascarón de madera hasta dañar la quilla. La nave, mi nave, el barco que siempre me había sido fiel, tenía los días contados.
Pero no era lo tangible lo único que se podría. El ánimo de mis camaradas estaba tan oscuro como el mismo cielo.
– No caigáis en viejas supersticiones, amigo mío. Mirad más allá.
– ¡Pero si no se ve nada!
Pasé un brazo por sus hombros para frenar sus aspavientos y le señalé el lluvioso horizonte.
– Ahí está.
– No veo nada. - repitió.
La verdad era que yo tampoco. Pero mi voluntad de encontrar a Jane era tan fuerte que ya no sentía ni la misma lluvia. Si estaba empapado, no lo notaba; si el hambre me mordía, yo lo ignoraba.
– Capitán, habéis perdido el juicio.
Entrecerré los ojos, y encontré la silueta del casco de un barco. Era apenas una fina línea entre las brumas, pero ahí estaba. Respiré hondamente para mantener la calma:
– ¿Vos creéis en mí? - pregunté.
– Por supuesto, capitán.
– Y yo creo en vos. ¿Veis algo entre la niebla?
– No, mi señor.
– Pues creo tanto en vos que os pediría que continuarais mirando. Porque creo que, si me brindáis vuestra voluntad, acontecerá un milagro.
– Eso es herejía, capitán.
– ¿No decíais que creíais en mí? Quiero que os quedéis aquí y pongáis todo vuestro empeño en ver algo, amigo. Pongo mi vida en vuestras manos.
– ¡Pero...!
Me volví, riéndome por lo bajo. Las manos me temblaban de emoción; me apunté mentalmente que tenía que cargar el mosquetón de pólvora, y busqué la empuñadura de mi espada con la mirada. Todo estaba preparado para la acción.
Mi paciencia no se vio sometida a más pruebas, porque los bramidos de mi comodoro se elevaron hacia el cielo como el tañido de unas campanas victoriosas.
– ¡ESTÁ AHÍ, MI CAPITÁN! ¡LO HE VISTO! ¡Y LLEVA BANDERA NEGRA!
Sonreí, había recuperado dos cosas: a Jane, y la confianza de mis camaradas.
Giramos el timón a escasos metros de la otra nave, visiblemente más pequeña y correosa. Antes de que las cuerdas comenzaran a volar de un lado a otro pude localizar a mi querida Jane, blanca como un ángel perdido en la tierra, despojada de sus bonitas ropas y en una enagua del mismo color que su piel. Aguardaba de rodillas al borde de la pasarela, maniatada, sujetada por la mano de un pirata que, a su vera, parecía aún más desagradable de ver que de costumbre.
No fuimos los únicos decididos a abordarlos; varios corsarios hundieron sus botas en mi cubierta, pero yo les ignoré. Me lancé sin dudar contra la oscuridad de aquella tormenta eterna, y rodé para frenar el impacto.
Nunca había sido lento de reflejos. Me levanté de un salto y corté con mi espada de lado a lado al primer pirata que osó echárseme encima. Di una vuelta sobre mí mismo para estudiar el panorama y decidí que lo más rápido sería avanzar hacia Jane. No parecía que aquella tripulación conociera ninguna estrategia defensiva, y el caos se había adueñado de la cubierta. Mis hombres eran diestros con las armas, así que presagié pocas bajas, y me dispuse a desentenderme y a escurrirme entre la multitud.
Llegué al otro lado de la cubierta sin muchos contratiempos. El corsario que sujetaba a Jane, estaba demasiado ocupado defendiéndose de uno de mis camaradas con la mano que tenía libre, y pronto tuvo que rendirse y soltarla. Mi princesa, sin embargo, no se movió. Su mirada estaba muerta, perdida en el suelo, y sus brazos descansaban tan inertes como los grilletes que los inmovilizaban.
– ¡Jane!
El fantasma de una débil sonrisa bailó por sus labios. Me miró, pero sus ojos estaban vacíos.
– ¡Princesa, he venido a salvaros!
Por fin pareció reaccionar, levantándose a duras penas. Extendí una mano hacia ella, una mano que emergía desde el caos sangriento de la batalla, desde la tormenta oscura, una mano que era todo luz y esperanza.
Pero ella no me correspondió.
– No, Rick. Esta vez no.
Jane sacudió la cabeza, como hablando consigo misma, y se dispuso a cruzar la pasarela.
– ¡NO! - aullé como un lobo herido.
Sus pálidos pies se pusieron de puntillas a los bordes de la muerte, se giró sin perder el equilibrio, y de espaldas al océano se despidió:
– Esta vez, nadie morirá por la princesa, salvo la princesa.
Su grácil figura blanca se precipitó hacia atrás y se perdió. El mar no hizo ruido alguno al engullirla entre sus fauces. Ningún círculo de espuma señaló, siquiera efímeramente, el lugar de su lápida de olas.
Elevé la vista hacia mis camaradas. La lucha había terminado. Todos los corsarios estaban muertos o apresados. Me lo había perdido todo. Había sido muy breve.
Era un hombre sin amada, un capitán sin tesoro, un cuento sin princesa.
***
Miré mi reloj digital. Eran las seis de la mañana; pronto sonaría el despertador. Cerré el libro que me había costado toda una noche de descanso y pensé:
“Menuda mierda de historia”
Tenía que reconocerlo, al principio me había intrigado un poco. Había querido saber qué pasaba con Rick y Jane. Me había convertido en el testigo silencioso de su historia.
Sonó el despertador y me levanté.
Me lavé la cara y me miré en el espejo del lavabo. Menudas pintas. Entre las ojeras, las espinillas y la gomina, parecía un violador.
Cogí la mochila y dejé el piso antes de que mi madre se levantara, en bata y con los rulos puestos, para recordarme que no había desayunado.
De camino al instituto, localicé a Sara. Hoy, se había puesto falda.
– Ey, cómo vas.
– Que te den.
Me lanzó una mirada de desprecio y apretó el paso. Mierda. Por lo menos, nadie había visto cómo me daban calabazas. Salvo una señora marroquí con velo, que aprovechaba para hurgar en la basura antes de que la ciudad despertara.
Esperé a que sonara el timbre fumándome un cigarro en la entrada. Todavía me sentía algo alelado por los porritos que habían caído el fin de semana, pero seguía con ganas de dar caladas a algo.
Mi hermana pequeña llegó justo cuando sonaba el timbre. Estaba en primero de la ESO y llevaba una mochila de Violeta, la nueva estrella de Disney Channel. No quería salir con ella de casa porque me daba vergüenza ajena.
– Estás fumando.- me dijo.
– ¡¿No me digas?!
Recorrí con una mirada burlona sus coletitas.
– Se lo voy a decir a mamá.
– Haz lo que quieras, mocosa.
Su cara rechoncha amenazó con derramar algunos lagrimones. Una punzada de arrepentimiento me traspasó el estómago vacío y me decidí a decirle algo, pero ya se había marchado.
Tiré la colilla al suelo y entré, pensando en comprarle alguna chuche o algo en el camino de vuelta. Si es que tenía dinero conmigo. Llevaba sin revisar la mochila varias semanas.
La profesora de lengua y literatura me sonrió al repartir los exámenes.
– Vaya, has venido.
Se escuchó una risa general de pupitre a pupitre.
– Le hice caso, señorita.
Sí, yo trataba a mi profesora de usted. Y le llamaba señorita. Se lo merecía, era joven y bonita y no me miraba con asco, como los demás profesores. Aunque yo solo llevara un cuaderno y un boli mordisqueado, me preguntaba por los ejercicios del libro como si los hubiera hecho de verdad. No me confundía con la pared, para ella seguía existiendo.
Mis amigos decían que se la querían follar y cosas así. Yo también era del tipo de chicos que hacía esas bromas, pero no sobre ella. Aunque sea una mariconada, era una de esas mujeres a las que uno no se tira, sino que hace el amor. Pero claro, esto no lo iba a decir en voz alta. Ni en mi mente. Tenía que mantener un estatus.
– Cincuenta minutos. - anunció.
Se sentó en su sitio, hondeando su melena negra con su habitual sonrisa de serena felicidad.
Suspiré y me decidí a terminar de cumplir con lo que me había pedido, hablando a solas ensu despacho.
-¿El libro tiene un final abierto o cerrado?¿Por qué?
Garabateé:
Cerrado.
-¿Dirías que los personajes son planos o redondos? Justifica tu respuesta.
Cambian porque uno no se espera lo que va a pasar.
Dejé el boli, asqueado por mi propia respuesta. Ir a ese examen, como a todos los demás, había sido un error.
–¿Dividirías el libro en partes? ¿con qué criterio?
– ¿Crees que se trata de una narración convencional? ¿dentro de qué género lo incluirías?
Al fin encontré una pregunta que responder.
– Haz una breve crítica personal de la historia (15 líneas) NO VALE RESUMEN.
Me ha parecido una mierda.
Me crucé de brazos y me puse a mirar por la ventana la media hora restante. Estaba tan ensimismado que no escuché el timbre, y la profesora vino a recogerme los papeles. Como ya no quedaba casi nadie, hojeó mis respuestas y frunció el ceño.
Pensé que iba a reprocharme el no haber hecho nada, pero no fue así.
– ¿No has leído el libro, verdad, Pablo?
– Sí, señorita, lo leí anoche. Yo no le mentiría.
La profesora sonrió. Qué mona era.
– Te creo. ¿Y por qué no te ha gustado?
Chasqué la lengua, y se apoderó de mí una súbita vergüenza. Notaba las orejas coloradas.
– Pues, em... No sé, todo el rollo de la princesa y tal, te deja mal, y al final no sirve para nada.
– ¿Cómo que no sirve para nada?
– Me refiero a que acaba mal, Rick va a salvarla y al final te deja mal.
– ¿Te puso triste?
– Bueno... Un poco, señorita.
– Pero eso es que te gustó. - sonrió.
– No, yo quería que acabase mejor.
– Pero la vida es así, Pablo.- se encogió de hombros.- No todo puede acabar bien.
Ya se estaba volviendo, cuando mi respuesta la sorprendió:
– Pero por eso es un libro, señorita. Debería acabar bien, porque no es de verdad.
Me miró con compasión. Me sentí como si acabara de contarla un secreto muy profundo. Incómodo y avergonzado, me levanté y cogí la mochila.
– A partir de ahora, te recomendaré historias con final feliz, pues.- me dijo.
– Vale, señorita. Las leeré.
Cinco horas después, mi hermanita me esperaba en el mismo sitio donde me había visto fumar.
– Tengo que volver contigo.- me dijo.
– ¿Por?
– Mis amigas se han ido sin mí.
Miré a mi pequeña, con su barriguita de niña aún tensa bajo la camiseta, las ridículas coletas, sus redondos mofletes. No me extrañaba que fuera el hazmerreír de su clase. A su edad, la mayoría de las niñas ya habían aprendido a ponerse pantis en vez de pantalones para marcar la raja del culo, y salían a dar voces y provocar a los mayores hasta más de las doce.
Cogí el paraguas que agarraba torpemente con una mano y lo abrí por encima de nosotros.
– No llueve. - me dijo, con retintín.
– ¿No es más bonito caminar así?
– La gente nos está mirando.
De camino, paramos en una tienda de golosinas y pude comprarle una bolsa de chuches para intentar que se olvidara del desaire que le acababan de hacer.
Salí a la calle, donde ella esperaba, alzando la pequeña bolsa multicolor.
– Princesa, he venido a salvaros.
– ¿Pero qué dices?


Que la vida es un hombre sin amada, un capitán sin tesoro, un cuento sin princesa. Pero ella aún no lo sabía, y esperaba que nunca llegara a saberlo.

Julia Concepción Gutiérrez,

2 comentarios :

  1. He de reconocer que me parece precioso: tierno, detallado, cuidado, con sentido incluso pese a la rotura de la cuarta pared, con mensaje... realmente es excelente. Si tus relatos anteriores me habían gustado, con este te has superado. Me temo que no se me ocurre crítica alguna que pudiese hacerlo mejor.

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